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El toreo ha muerto, viva el toreo

Iniciado por Mskina, 01 de Junio de 2008, 23:32

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Mskina

Artículo original: The New York Times
Vía: menéame.net

Agradecimiento especial a pablicius por la traducción.




Fue durante las Fallas, el festival anual de primavera en Valencia. Figuras gigantes de papel maché de Sinbad y Blancanieves y grupos de bailarines amateur con el pelo engominado y trajes de lentejuelas. Señoras en traje de noche se unían a los adolescentes y a los caballeros de traje que atestaban la plaza de toros. El matador José Tomás ha venido a lidiar.

A las 5 en punto una muchedumbre cargada con pequeñas almohadillas blancas se había lanzado sobre las gradas de cemento. Yo estaba allí, como todo el mundo, para ver a José Tomás, y me encontré entre un anciano valenciano con ojos de reuma y una gorra, y un comentarista taurino de televisión española aprovechando su día libre mientras se ocupaba de su cigarro. El olor de la tierra húmeda, estiércol y arena dejaban paso al after shave y los puros.

José Tomás Román Martín (los aficionados le conocen por José Tomás) es una figura mística en España. Quijotesco, propenso a las disputas públicas con los notoriamente sórdidos empresarios, y raramente dado a hablar con los medios, se mantiene muy apartado de sus compañeros toreros y torea mucho menos que ellos. Su inaccesibilidad, por una parte, tiene que ver con el creciente desapego que una creciente parte de España siente hacia el toreo, aunque su arte y gracia, junto con su valor (que llega a impactar a otros matadores), le convierten en una figura que despierta una amplia fascinación. La contradicción parece incrustarse en algo muy profundo de la psique española.

El anuncio de su actuación en Valencia causó un pequeño terremoto a la búsqueda de entradas por toda el país, y la vieja España, la que todavía adora el toreo, apareció en bloque. Cuando Mariano Rajoy, el líder del conservador Partido Popular que acababa de perder las elecciones frente al socialista Jose Luís Rodríguez Zapatero, llegó a la plaza, recibió una atronadora ovación, algo que no le sucedió muy a menudo durante la campaña electoral. "Aún será la ruina de Zapatero", dijo un hombre de cara enrojecida en voz alta. Localicé al padre de José Tomás unos asientos más allá (bajo, pelo gris, con un jersey de cuello no muy cuidado), con una ansiosa mirada perdida. Ahora todo el mundo se puso de pie, apareció una banda de música, y los matadores, después de santiguarse, hicieron el paseíllo siguiendo a caballos blancos. La multitud finalmente se aposentó esperando a José Tomás.

Como vaya España, así va el toreo. Es un viejo dicho. En los años 1940 Manolete fue un torero de gravedad estoica, reflejando el triste estado de ánimo de país que estaba bajo una dictadura tras una sangrienta guerra civil. Durante los 1960, El Cordobés, un provocador rompedor de reglas personificó la apertura del país tras años de aislamiento. En los 1990, Espartaco fue llamado tecnócrata en una época tecnocrática. Esta especie de metáfora es simplista, pero sigue siendo cierto que se puede ver la evolución del país en el toreo.

Hoy en día, junto a José Tomas, ha surgido una variedad de talentosos matadores (Enrique Ponce, El Juli, Cayetano Rivera Ordóñez, Morante de la Puebla, Juan Bautista, Miguel Angel Perera) justo cuando parece que al país les importa lo que hacen menos que nunca. Es también reveladora la curiosa división española entre indiferencia y fascinación que alguno de los más glamorosos y atractivos toreros ocupe las páginas de cotilleo como lo hacen las estrellas del fútbol.

Lo primero es lo primero: los aficionados te dirán que el toreo no es un deporte. En los periódicos españoles nunca sale en las páginas de deportes. El deporte implica una lucha limpia entre oponentes voluntarios. Excepto en el infrecuentísimo caso de que el toro sea indultado por mostrar una bravura fuera de lo común en el ruedo, todos los toros mueren. Incluso en Portugal, donde los toros no mueren en el ruedo, se les mata después, una hipocresía que protege al espectador pero no al animal. Cada lidia es un ritual orquestado para herir y dejar exhausto al animal para que pueda ser más fácilmente ejecutado. Sea lo que sea (y los opositores le llaman tortura), no es deporte.

La tradición es llamar arte al toreo, y recibí respuestas positivas de aficionados y matadores cuando sugerí una analogía con el jazz, ya que de la combinación de cada torero con cada toro produce un resultado diferente, irreproducible, impredecible e improvisado. Para los aficionados, el objetivo es sacar a relucir la bravura y nobleza innatas, y el carácter particular de cada toro, y dicen que no hay mayor desgracia que una lidia en la que los cuernos del toro hayan sido afeitados (es ilegal, pero pasa constantemente, de todas formas), o en la que el toro haya sido demasiado debilitado por el picador, o en la que el toro sea despachado de forma torpe y poco limpia. Los aficionados más radicales se lamentan de que hay una vergonzosa tendencia en la crianza de toros para que estos sean menor fieros, para comodidad de los toreros. En una ocasión en Sevilla esta primavera, donde activistas por los derechos de los animales cantaban fuera de la plaza, los devotos de dentro chillaban porque los toros eran tan blanditos que se caían. Fue el habitual lío de dos caras, como siempre es el toreo.

Si no eres español, o de algún sitio donde el toreo sea parte de la cultura, como México o el sur de Francia, o te aproximas con curiosidad, o has decidido que está más allá de consideraciones morales (como las peleas de perros o gallos), aunque la diferencia crucial es que los humanos se ponen a sí mismo, no solo a los animales, en riesgo de muerte. Alguien que llegue de nuevas puede llevarse la impresión del toreo de que es algo a la vez repulsivo y artístico, una paradoja que sigue presente en los españoles.

"La única forma que tengo de explicarlo es que es como ver a un tigre, ir hacia él y ser capaz de tocarlo", dice el matador Cayetano Rivera Ordóñez. "Algunas veces a un toro tienes que decirle lo que quieres, otras preguntarle, y lo mágico es que cada toro es diferente". Y luego, anticipándose a las críticas, añade "a veces me siento mal por los toros, ojalá no lo tuviese que hacer" (ahora habla de matar al animal) "cuando el toro te da tanto, lo único que sientes es gratitud.

Es el punto de vista del matador. Para el público el toreo, una vez pasatiempo de las masas, se ha convertido en algo como el vino bueno. Es "territorio para consumidores de élite" según Lorenzo Navarrete Moreno, sociólogo y secretario de la Asociación Nacional de Sociología y Ciencias Políticas, ubicada en Madrid. "Hace medio siglo, esta era una sociedad homogénea, los hijos compartían valores y gustos con sus padres". La mayor parte ya no va a la iglesia. Dicen que están en contra de matar toros, pero en contra también de prohibir las corridas. La gente se sigue aferrando a un signo de identidad nacional aunque les vincule a algo que no les gusta. En el caso del toreo, lo aceptan porque no es algo manipulado o impuesto por el poder que sea, la iglesia, el estado o la unión europea, e incluso si es un artículo de lujo, tiene su aspecto popular. Pero ese conflicto no puede ser mantenido indefinidamente.

Tal vez no. Zapatero ganó las elecciones este año poniendo en su agenda legislativa una mezcla de matrimonio gay y divorcio exprés con otra legislación social pensada para llevarse por delante a la vieja España. Hace tres años, el parlamento europeo votó la eliminación de las subvenciones a los ganaderos (que irritaban especialmente a los antitaurinos), mientras que una votación en la Corte de Derechos Humanos de Estrasburgo el año pasado para declarar el toreo como tortura perdió por poco. La televisión estatal española anunció, para horror de los aficionados, que tras cincuenta años no volvería a retransmitir corridas en directo, relegándolas al cable. La mayor parte de los españoles podrían no haberse enterado. En 1971 el 55% se declaraba interesado en el toreo. En 2006, solo el 27%. Los españoles jóvenes encuentran diversión ahora en el fútbol y los videojuegos. Una buena entrada a una corrida cuesta a grandes rasgos lo que una ópera o un partido de fútbol americano en Estados Unidos. Los políticos regionales también conspiran contra el toreo; la reciente campaña para prohibir las corridas en Cataluña es una declaración de independencia por otros medios.

Pero hay más corridas que nunca: cerca de 1000 al año, frente a las 300 de la llamada época dorada antes de la guerra civil, cuando la rivalidad entre Juan Belmonte y Joselito revolucionó el toreo, estableciendo el estilo moderno de lidia, con los toreros plantando los pies y haciendo que los toros den cercanos pases coreografiados. Giorgio Armani acaba de contratar a Rivera como modelo. Sus anuncios están por todas partes. Claramente, Armani cuenta con que el toreo todavía vende. Y todos los pueblos de España parecen querer una corrida con un matador famoso para sus fiestas mayores. El escritor español Javier Perez de Ayala dijo al principio del siglo pasado "si fuese presidente del gobierno prohibiría las corridas de toros, pero hasta entonces continuaría yendo"; esa parece seguir siendo la actitud.

Los españoles le dicen a sus hijos que traten bien al perro, pero hablan de toreo entre ellos. Y si pueden, compran entradas para José Tomás.

Cuando surgió hace algo más de diez años, José Tomás sacudió el mundo del toreo. Su estilo fue comparado con el de los grandes matadores del pasado, como Juan Belmonte y Manolete, y su valor se volvió legendario. "Sus detractores se quejaban de solamente se dedicaba a matar a la gente de miedo" dice Bill Lyon, un periodista americano que ha vivido en España casi medio siglo, y que ha visto a todos los grandes toreros de ese periodo.

Alguna gente llama a José Tomás "el extraterrestre", porque casi parecía desear la catástrofe, siendo repetidamente golpeado y corneado y aun así seguir extrañamente impasible, implacable, con la mente puesta en la lidia, sus pies inmóviles en la arena mientras un inmenso animal que le intenta matar le pasa una y otra vez a milímetros de distancia.

Y en el 2002, a la edad de 27 años y en el culmen de su fama, José Tomás desapareció durante cinco años. Dijo luego que fue por el stress y el peligro, las constantes disputas con los empresarios, y la presión de las expectativas puestas sobre él. Naturalmente, su ausencia alimentó la mística en torno suyo. Cuando volvió el año pasado, su regreso fue el primer lleno de las 19000 localidades de la plaza de Barcelona en 20 años. La reventa llegó a 4000 dólares. "Y el mito se hizo carne" fue el titular del día siguiente en el periódico conservador ABC.

Tomás racionalizó su regreso simplemente diciendo "vivir sin corridas no es vivir". Para los tradicionalistas, eso lo explicaba todo.

Pero para Theo Oberhuber y otros como ella, es un sinsentido. Es la coordinadora nacional de Ecologistas en Acción, una organización ecologista y de derechos de los animales que presiona para que se acabe con las corridas. "El hecho de que las corridas sean una tradición no significa nada; las tradiciones son cosas que la gente ha estado haciendo mucho tiempo. Hay malas tradiciones que hemos eliminado, y otras que deberíamos conservar porque contribuyen con algo positivo en nuestras vidas. Si un hombre quiere poner en riesgo su vida, que lo haga, pero sin matar a otro ser", dijo.

Ese argumento es tan bueno como cualquier otro que haya oído contra el toreo, y sin duda José Tomás tendría una respuesta. Lo que pasó es que su apoderado, Salvador Boix, anunció que el matador estaría en una comida en el restaurante de su hotel antes de la corrida, y que tal vez hablara. Allí, en una larga mesa, varios miembros de su cuadrilla devoraban jamón y cerveza. Solo levantaban la vista para murmurar que no tenían ni idea de donde podría estar José Tomás, momento en el que una figura larguirucha, felina, con zapatillas de deporte blancas y gafas del sol, y una gorra calada sobre el ondulado pelo castaño bajó por las escaleras del lúgubre hotel y salió a la calle.

Cuando Boix se volvió le dije que Tomás se había ido, y se rió como Sidney Grennstreet en el Halcón Maltés. Llevaba detrás a Luís Corrales, quien maneja la Plataforma para Defensa de la Fiesta, una organización que ha surgido para apoyar el toreo frente a abolicionistas catalanes y grupos como el de Oberhuber. Tomás, como todos los matadores, lleva una cuadrilla de unas doce personas que viajan con él: banderilleros, picadores, ayudantes, chóferes, un hombre que le ayuda a seleccionar los toros que toreará, y Boix, una anomalía ya que es ajeno al mundo de los toros. Es un ligero, moreno y gregario hombre de pelo rizado, un músico pop (toca la flauta) que lleva camisas de cuello abierto abotonadas un poco demasiado abajo.

En un oscuro bar lleno de humo a la vuelta de la esquena del hotel, él y Corrales despliegan la habitual verborrea. Tomás es "el torero del pueblo", empieza Boix. El matador forma una especial "comunión con la audiencia" y ha devuelto al toreo corrompido por cinco años de "espectáculo barato" a su estado puro "a la esencia de la fiesta, que es una lucha de vida y muerte, un ritual litúrgico".

Los partidarios del toreo pueden pasarse horas hablando así. "El toreo es una lucha entre la naturaleza y el hombre que se remonta al Paleolítico, pero de algún modo nuestro mensaje no está siendo captado", añade Corrales. Luego reconoció que "es un circuito cerrado formado por periodistas, empresarios y apoderados, muchos de ellos mediocres y anticuados, y si eres un joven español no de derechas, y has crecido oyendo que los animales tienen derechos como los humanos, probablemente sientas rechazo por el toreo sin realmente conocerlo. Lo mejor que podemos hacer para convencer a alguien es llevarle a ver a José Tomás".

De vuelta al hotel me encontré una furgoneta parada en la calle. Los banderilleros de José Tomás se habían vestido y estaban esperando en la recepción del hotel, nerviosos en sus trajes brillantes, zapatillas, y coletas de quita y pon (el símbolo tradicional de los toreros) con sus capas de gala en el brazo, el sombrero en la mano. Un rechoncho anciano español, molesto por el lío de gente buscando autógrafos que bloqueaba la acera, pregunta qué pasa.

"Estamos esperando a José Tomás", le digo. El hombre le da la vuelta a su esposa se pone cara a la puerta del hotel. "José Tomás", exclama por si ella no lo había oído. Rodeado por su séquito como una estrella del rock, Tomás, mirada baja, pasa con su apretadísimo traje rosa y oro y la furgoneta se lo lleva. He estado cerca de José Tomás por segunda vez y me lo he vuelto a perder. Me imaginé a los banderilleros riéndose en la furgoneta. ¡Olé!

La corrida empezó mal. Había tres matadores, como de costumbre. Vicente Barrera, un veterano de Valencia, fue el que abrió. Su primer toro, demasiado castigado por la puya del picador, o tal vez simplemente débil por naturaleza, tuvo que ser devuelto a corrales perder muchas veces las manos. El sobrero salió con fuerza al ruedo. Barrera, un antiguo abogado que se hizo torero, es un rocoso matador pero no es una estrella. Con las caderas hacia delante, con esos extraños pasitos de centímetros que los toreros dan hacia el animal, agitando ligeramente la muleta (la más pequeña de las capas usadas para provocar una embestida), se pavoneaba de espaldas al toro después de cada serie de pases. Era la teatralidad habitual, no mal ejecutada, pero el público, inquieto y a la espera, parecía entregado solo a la mitad.

Entonces salió José Tomás, y la plaza despertó. Como otras superestrellas, tiene el privilegio de que la gente espere un milagro. Tomás es aplaudido incluso cuando su actuación es normalita. En su tumultuoso retorno el año pasado en Barcelona, para nada una de sus mejores actuaciones, el público puesto en pie le brindó tres ovaciones incluso antes de que su primer toro hubiese salido del corral. Hoy, apenas comenzada la lidia, la capa se enganchó en un cuerno y se rasgó. Tomás se paró cerca del centro del ruedo, mandíbula hacia delante, esperando con calma que un banderillero la recuperara mientras el animal corría por las cercanías. El valor del matador (no olvidar que la situación la provocó un error suyo) hizo que los aficionados aplaudieran como locos.

Todo en el toreo es extrañamente amanerado, pero José Tomás se mueve con una peculiar gracia, paciencia y lentitud, casi con relajación, que paradójicamente dispara la tensión. Incluso cuando perdió la muleta por segunda vez y tuvo que correr de espaldas (con pasos de puntillas, como un bailarín) para escapar de los cuernos del toro, su sangre fría provocó rugidos de admiración.

Tomás finalmente empujó su espada entre los hombros del toro, impidiendo a sus banderilleros que siguieran intentando agotar todavía más al animal moribundo. El matador esperó, mirando, que el toro primero doblara las manos, y luego, como un edificio en demolición, se derrumbara. La gente tiró flores, sus almohadillas y animales de peluche mientras los caballos arrastraban el cadáver y Tomás, satisfecho consigo mismo, dio una triunfante vuelta al ruedo.

Su segundo toro fue completamente diferente. El toro salió al ruedo, pura energía, pero rápidamente se vino abajo, dañado por el picador, cayendo al suelo incluso antes de que Tomás pudiese empezar. Los banderilleros le golpeaban y le tiraban de la cola para que se levantara. El toro, con los flancos cubiertos de sangre, jadeaba fuertemente. El público, incómodo, mantenía silencio. Tomás, en su mejor versión, tiene la capacidad de crear drama incluso en las situaciones aparentemente menos propicias. Esta vez lo intentó todo para que el toro se pusiera en acción, pero el toro siguió cayéndose hasta que, de algún modo, casi como un hipnotizador, Tomás hizo que el tambaleante toro herido se levantara hacia su cebo, toro y torero consiguieron una serie de cardiacos pases que ponían los pelos de punta. El público resucitó. Según el punto de vista, Tomás había prolongado la tortura de esa pobre criatura, o la había inspirado, milagrosamente, para hacer lo que nadie, quizás incluso el propio toro, creyó que era posible.

La muerte fue horrorosa. Tras la estocada de Tomás, conseguida tras un primer fallo, un ayudante apuntilló al agonizante animal caído en la base de la cabeza once veces antes de liquidarle cortándole la espina dorsal. Fue asqueroso. El público, descontento, contó cada puntilla con sorna. José Tomás se fue, avergonzado y molesto.

Unos días más tarde, entrevisté a Cayetano Rivera en el hotel Wellington de Madrid, tradicional parada para los toreros. Tiene un pedigrí supremo en el mundo del toreo. Su abuelo, Antonio Ordoñez, un torero legendario, fue idolatrado por Hemingway. Su padre, Francisco Rivera, conocido como Paquirri, fue un matador que murió en el ruedo en 1984, cuando Rivera tenía 7 años. Su primo es matador, y también su hermano. "Todas las mujeres de mi familia se han casado con toreros".

Si José Tomás es hoy en día la mayor estrella en el ruedo, Rivera, atractivo, expresivo, encantador, y un talento emergente del toreo, es probablemente la mayor esperanza del toreo para ser algo así como su imagen pública, alguien de dentro que puede representar al toreo de forma humana y clara ante los escépticos del mundo moderno.

"Durante años me mantuve alejado: estudié en Suiza, me centré en el cine y la televisión, viví en Los Angeles. Pero cada vez más me preguntaba que es lo que mi padre y mi abuelo sentían tan apasionadamente que les hacía arriesgar sus vidas. Así que me hice torero hace algunos años, ya mayor en comparación con otros. Y descubrí lo poderoso que es el sentimiento cuando estás tan cerca de la muerte. Es muy real, fuerte y adictivo".

"Es indescriptible, estás en las nubes con el toro, y tienes que improvisar pero también pensar en el conjunto de forma que tenga sentido, que fluya, ahí estás tú queriendo crear algo en directo con un toro que está intentando matarte".

Hace poco Rivera andaba tan perdido en las nubes que cuando el toro le corneó en la pierna, ignoró el sentido común médico, se hizo él mismo un torniquete y siguió toreando. "A veces se arriesga más para ganar más", explica de forma un tanto ingenua, pero también satisfecha por su valor. "Pero una cosa es arriesgar tu vida, y otra invitar a la tragedia".

Ahí hablaba de Tomás, con una ligera puya al estilo temerario de su colega, para en seguida corregir alabando a Tomás, diciendo que cada matador establece su propio nivel de riesgo para sentirse inspirado. "Yo me arriesgo si veo una oportunidad de hacerlo mejor, y como todos los toreros, acepto que voy a ser herido.

Se para. "no soy un cazador, y la primera vez que maté un toro, no me sentí bien. Fue un choque. Nadie quiere a los toros más que los toreros, eso seguro. Pero es una responsabilidad, y no sería justo que otra persona matara al toro. Es justo porque yo arriesgo mi vida cuando lo hago"

"Hoy la gente tiene muchas formas de divertirse: películas, internet, deportes, televisión. Tal vez el interés en el toreo viene de que no haya nada que sea tan real como esto. Es lo que mi abuelo le dijo a mi hermano: algunas corridas son tan importantes que tu vida no importa. Y a veces sucede que te entregas completamente, hay un momento en el ruedo en el que de verdad no te importa, te olvidas de tu cuerpo. Es increíble".

Me pareció que sonaba como un artista. El toreo sobrevive a su propio anacronismo socia no solo por su mitología machista, sino por una respuesta irracional, puramente visceral de los toreros y los aficionados, como la que explica Rivera. Como es irracional, desafía la normalización, y se mantiene como algo exótico incluso en España. En el fondo describe como funciona el arte. No hay juicio moral. Simplemente, ayuda a explicar la elocuencia que algunos encuentran en lo que a otros les parece profundamente inútil y despreciable.

Billy Lyon, el aficionado americano, quedó conmigo para ver una corrida el domingo por la tarde. Es un educado y simpático obsesivo, un periodista que se fue a vivir a España a principio de los 1960 porque se enamoró del país, y que intenta no perderse una corrida o novillada en Madrid, donde vive. Tomamos el metro hacia la plaza de toros.

Había prevista una novillada esta tarde, pero estaba lloviendo, así que fuimos a tomar anís en el bar bajo los tendidos, esperando que anunciaran si la corrida se cancelaba o no. Turistas japoneses con ropa chillona se mezclaban con los aficionados españoles de siempre, creando una mezcla extraña. Un antiguo torero, acabada su fortuna, vendía billetes de lotería.

"El toreo se mantendrá como un acto heróico", dice Lyon, "el último mito tras los astronautas, aviadores y montañeros, que ya no son míticos". Mencionó un estudio veterinario al que se han aferrado últimamente los partidarios del toreo, que dice que los toros no sufren en el ruedo de la forma que uno se puede imaginar, que su nivel de ansiedad baja cuando ya no están encerrados sino en la lidia. Dije que sí, pero me pregunté si ese argumento les serviría de algo a los opositores. La gente que se opone al toreo igual come carne y acepta el sacrificio industrial de miles de millones de animales bajo las condiciones más inhumanas. Con esa lógica, un estudio veterinario no va a salvar las distancias entre aficionados y detractores con las que los españoles, en esta época de cambio, han aprendido a vivir. Lyon añadió: "cuidado con establecer demasiadas conclusiones sobre España a partir del toreo, porque a la mayor parte de los españoles no les interesa y muchos están en contra; al menos, hasta que alguien de fuera intenta prohibirlo".

En ese momento llega el anuncio por los altavoces. Novillada cancelada. Terminamos el anís, pasamos junto a los decepcionados novilleros mientras se metían en las furgonetas tapados por paraguas con sus todavía impolutos trajes y llegamos a un pequeño y húmedo bar de ambiente taurino calle arriba, luego a otro más igualmente poco atractivo pero cálido, y luego a un tercer, donde las tapas eran buenas.

Los turistas estaban ahora lejos. Lyon parecía encontrarse en casa. Otros aficionados llegaron, se sacudieron el agua y rieron en grupos bajo las fotos de antiguos toreros y las cabezas disecadas de los toros masacrados.

Blanquito

Eso de que arriesgan la vida... ¿cuántos toros han muerto por cada torero? Pues eso. Ni hay igualdad de condiciones ni nada. No es un arte, está claro.

Dracon73

Citar"El hecho de que las corridas sean una tradición no significa nada; las tradiciones son cosas que la gente ha estado haciendo mucho tiempo. Hay malas tradiciones que hemos eliminado, y otras que deberíamos conservar porque contribuyen con algo positivo en nuestras vidas. Si un hombre quiere poner en riesgo su vida, que lo haga, pero sin matar a otro ser", dijo.

El toreo es una salvajada y punto. Espero que sea abolido de una vez por todas.


Cita de: usuario nuevo en seccion presentaciones
Hola, soy nuevo.

Me presento.
Cita de: NiemandNie en 13 de Junio de 2012, 12:53
Eso ha sido más bien un rumor, no van a hacer corralitos.

AlDiRo

Joder mskina siempre poniendo articulos sensacionalistas, encima se podrian informar bien, el toreo no se da por cable, se da en las autonomas y por satelite. Además esos toros tienen una vida muy buena durante 5 años, es simple, si no hay corridas no hay toros, asi que moririan igual. Otro apunte, no se abole porque da mucho dinero, sino porque se siguen haciendo corridas en Cataluña.

Es una salvajada eso es cierto, pero a caso los abrigos de bisón se hacen con manos limpias, o la carne que comemos no ha salido de una matanza cruel? Es que me parece criticar por criticar ¬¬

Cucu

Dudo que la matanza sea estando durante una hora clavandote banderines en la espalda y al final una espada.

Faerindel

Cita de: Cucu en 02 de Junio de 2008, 01:03
Dudo que la matanza sea estando durante una hora clavandote banderines en la espalda y al final una espada.
Hombre, los animales que se matan para sacar la piel también pasan lo suyo.

Dracon73

Y tambien es una barbaridad, una crueldad; pero la mayor crueldad es hacerlos sufrir para diversión sin obtener nada de su muerte, ni siquiera su piel, solo diversion malsana. La excusa de que se los cria para eso y sino no existirian, es ridicula tambien, si les preocupa su extincion hagan una reservacion, no vengan a hacerse los defensores de los animales, decir que si total van a morirse, divirtamonos haciendolos sufrir tampoco es valida, todos morimos...con esa ridicula excusa podriamos reinstaurar el coliseo romano tambien, los condenados a muerte que luchen por su vida, incluso seria mas humano que lo que hacen con los pobres animales que no tienen opcion ni entienden nada.
No tienen excusa.


Cita de: usuario nuevo en seccion presentaciones
Hola, soy nuevo.

Me presento.
Cita de: NiemandNie en 13 de Junio de 2012, 12:53
Eso ha sido más bien un rumor, no van a hacer corralitos.

Cucu

También estoy en contra de matarlos haciéndolos sufrir para obtener su piel.

Gilles

Estais en contra porque no veis más alla de vuestro hedonismo moralizante de tercera categoria.

O lo que es lo mismo, para "haceros los guays".

Bueno, tampoco me extraña, la gente lucha por valores que no comprende como si fuera lo más natural del mundo.



移動するときは風のように速く、静止するのは林のように静かに、攻撃するのは火のように。隠れるには陰のように、防御は山のように、出現は雷のように突然に

Dibujar es fácil

Memnoch

#9

Además, los toros no son ni los más maltratados ni los únicos maltratados, ¿o acaso habéis visto cómo sacrifican algunos de los cerdos con los que luego os hace vuestra madre bocadillos?

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