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Tres Bragas (la novela de mi padre)

Iniciado por Sandman, 29 de Mayo de 2008, 20:30

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Thylzos


Gracias freyi *.*


Cita de: Gambit en 26 de Enero de 2010, 10:25
Follar cansa. Comprad una xbox 360, nunca le duele la cabeza, no discute, no hay que entenderla, la puedes compartir con tus amigos...


Sandman

#42
"Bajamos  a  cenar -dijo  el  alto  y  elegante Agustín  en  tono enérgico, quizás efecto del whisky-.  ¡Dulce estaba guapísima!  Vestía un traje  negro escotado y  la cortísima  falda dejaba ver  la belleza animal  de sus  largas y  bien  contorneadas piernas.   Cenó con  buen apetito:  crema de  puerro,  rodaballo y  un  postre.  Yo,  únicamente ensalada, aunque, eso sí, imperial, de  las que vienen con atún, huevo duro, aceitunas y  de todo.  Sin embargo no pude  acabarla.  Sentía un nudo en  el estómago.   Tenía una responsabilidad  con Dulce,  mi niña querida.  Yo la quería y,  probablemente, llegaría a casarme con ella, aunque, la realización de este bello proyecto no iba a ser cosa fácil porque Los padres de Dulce se opondrían con seguridad.
Me sentía también algo culpable.   No sabría decirte muy bien el por qué,  pero sí  que me sentía  culpable.  Y es  que ese  encanto de mujer, tan cariñosa, tan infantil,  acabaría por entregárseme, a mí, aun  hombre talludo  de cuarenta  y cinco  años.  No,  comenzar así  un matrimonio no es   bueno.  Pasados los años, pasado  ese primer momento de  felicidad de  todo  matrimonio, cuando  comienzan los  inevitables  reproches, entonces, recordar que todo  empezó en un hotel...  En fin, que no me parecía una buena forma de empezar nuestras relaciones.
Fede,  amigo,   que  en esas  pensaba  y   que  por   eso,  muy probablemente, tenía un nudo en el estómago.  Era algo así como si una garra...
-No creo  que fuera por  eso -interrumpió el  bajito-, añadiendo con impertinencia-: Sabiendo que no te  la tiraste nada más llegar al hotel, ya sé que  no fue por el dolor de estómago. No fue por  eso que dices.  No, estoy seguro de que no fue por eso.
-Bueno, lo mismo da por  lo que fuese -replicó irritado Agustín-. El caso es que tenía el nudo y basta.
-No da lo mismo -insistió groseramente el bajito-, en absoluto da lo mismo.
-¿Quieres hacer  el favor  de callar la  boca?  -dijo  Agustín ya iracundo.
Y  para sorpresa  de todos,  aquel fajador  extraordinario, aquel incontinente verbal que se atrevía con todo, Federico, calló la boca y no  dijo  nada.  ¿Es  que  no  pensaba  aprovechar la  oportunidad  de derribarlo,  de acabar  dialécticamente  con el  amigo?  Durante  unos segundos, reinó el silencio en la barra.  Ahora, todos los que estabanallí  seguían con  interés el  relato de  los amores  de Agustín.   La expectación era grande.
Encendí un nuevo cigarrillo.      Carraspeó Agustín. La  tensión  emocional  del entorno  se  mascaba.   ¿Continuaría Agustín relatando   la   historia   de   sus   amores   con   Dulce?
Afortunadamente, así lo hizo:
"Dulce estaba  muy contenta  -dijo-.  No paraba  de hablar  ni un momento.   Mientras cenábamos,  entre  plato y  plato,  Dulce hizo  la siguiente observación:
-Estamos dando el cantazo –afirmó.
Quise saber a qué se refería:
-¿Qué quieres decir con eso del cantazo?  -le dije.
-¿No te  das cuenta de que  todos nos miran?  -replicó-.   Les da envidia verte con una chica tan estupenda como yo.  Todos soñarían con estar conmigo esta  noche, todos los de tu edad  soñáis con las chicas jovencitas.
-¡Ah!.  ¿Sí?  -dije.
-Sí,  sí  -confirmó  ella  entusiásticamente-.  A  todos  los  de cuarenta les pasa lo mismo.  Les gusta la carne joven, la carne prieta y dura.  Por eso  todos esos mirones se mueren de  envidia pensando en la noche que te  vas a pasar conmigo arriba en  la habitación, a solas los dos follando toda la noche.
-¡Ah!  -dije-.  ¿Sí?  -inquirí.
-Por supuesto -aseguró Dulce-.  No  hay hombre de cuarenta que no reconozca que  se pirra por  las chicas de  veinte.  Todo el  mundo lo dice  y todo  el  mundo lo  sabe.   Y todos  esos  que miran  querrían acostarse  conmigo esta  noche, no  lo dudes.   Te tienen  una envidia loca.
-¡Ah!,  ¿sí?  -exclamé por tercera  vez en menos de  un minuto. No sé el porqué, pero no se me ocurría nada aparte de eso.
-En Málaga  -explicó ella-, cuando  fui con Pepe, pasó  lo mismo. Todos miraban, y Pepe sabía que todos deseaban acostarse conmigo.  Esa idea  le gustaba  mucho  a Pepe,  porque, ¿sabes?,  Pepe  era un  poco morboso.
Esta vez no dije "¡Ah!, ¿sí?".  Estuve más ocurrente:
-¿Quién coño es ese Pepe? -dije.
-Un novio que  tuve -me informó-.  También  en Mallorca prosiguió Dulce-,  en Mallorca,  con Santiago  López,  ocurrió lo  mismo.  Y  en Laredo, también.   Allí estuve con  Luis.  En Coruña, lo  mismo.  Pero ese viaje  no me gusta recordarlo.   Iba con Fermín, un  asturiano muy fogoso, pero "eso" se le arrugó.  ¡Nada, un desastre de viaje!  ¡Tanto cuento para nada!  Luego me tocó  consolarlo y aún peor.  ¡Qué escena! Por cierto...  tu nombre  también acaba  en "ín",  como el  de Fermín. ¡Que gracioso!
Dulce se puso a reir.  Y yo dije, en fin por decir algo:
-¡Ah!, ¿sí?
Y media hora  después, arriba en la  habitación, esperaba tumbado sobre la cama a que Dulce saliera del cuarto de baño.  Aún no me había desnudado  para  ponerme el  pijama,  en  la  esperanza de  que  Dulce aceptaría dar un  pequeño paseo por los alrededores  del hotel.  Había allí una maravillosa playa...
Pero  cuando Dulce  apareció,  lo hizo  completamente desnuda,  o mejor, sólo  vestida con una  minúscula braguita negra.   De inmediato comprendí que no venía a pasear.  ¡Venía por mí!"
La voz del  alto y elegante Agustín vacilaba  indecisa, al tiempo que adquiría un tono grave, ronco profundo.  La emoción lo embargaba y todos  comprendimos que  se  hallaba  al borde  de  las lágrimas.   Se proponía llegar  hasta el  final de  su historia  y ninguna  emoción o sensiblería podría hacerlo desistir de su empeño.  Dijo:
"Venía  a  mí con  los  pechos  por delante,  grandes,  redondos, inmensos, los pezones bien marcados...  Otra vez podía contemplarlos a mis anchas.  También estaban aquel torso fuerte, joven, y los potentes muslos...   Al   verla  aproximarse,  Federico,  en   fin,  tengo  que decírtelo,  no  puedo ocultártelo...   ¡tuve  miedo!   ¡Sí, sí,  miedo pánico!  ¡Aquellos  inmensos pechos producían pánico!   Dulce se lanzó sobre la cama y volaron las  negras bragas por los aires.  Yo temblaba azorado, como el inocente cervatillo que huye sabiendo que la escopeta del cazador está ya cargada y  lista para disparar.  ¡Lo intenté!  ¡Lo intenté por todos los medios!  Dulce también lo intentó, pero, por más empeño que  puso no consiguió nada.   El pene, flojo, sin  resorte, se negaba una y otra  vez...  Por fin, saltó de la  cama y poniéndose las bragas,  en pie,  mirándome a  los ojos  con desprecio,  me espetó  lo siguiente:
-¡Igual que con Fermín!.  ¡Un inútil más!
Por la  mañana temprano, tras una  noche de insomnio oyendo  a mi lado la rítmica y pausada respiración de aquella dormida fiera, pagada la elevada factura en recepción y cuando me disponía a salir del hotel para recoger en la agencia el coche de alquiler con el que nos iríamos a Jerez a  coger el avión, entonces,  no encontré a Dulce  por ninguna parte.
Un empleado del hotel me buscaba:
-Su hija le espera en el coche ,señor -me informó amablemente.
No contesté.
El viaje de regreso se me hizo eterno.  Hasta Jerez, en el coche, ninguno de los dos abrió la  boca.  En el avión, el comandante anunció que la temperatura en las pistas del aeropuerto de Madrid-Barajas, era de cinco  grados centígrados.  Nublado  y llovía.  ¡Un   río horrible! En el  periódico me  enteré de  que la  temida oleada  de frío  que se esperaba ya había llegado a la península.  Se preveían vientos polares y nevadas en todo el norte y centro de España y Portugal. Aterrizamos a la una de la tarde en Barajas.  Llovía.  Dulce, que durante todo  el vuelo  no había abierto  la boca, o  mejor que  no la había  abierto  para hablar  conmigo  (porque  sí  que habló  con  las azafatas y también con el sobrecargo, un joven alto y rubio con el que hizo  muy buenas  migas),  Dulce  digo, entonces,  se  despidió de  mí diciendo:
-¡Hasta nunca, Fermín!
Acto seguido,  escupió en el suelo  a mis pies y casi  me salpica los zapatos.  Inmediatamente, se fue a toda  prisa y no la he vuelto a ver en mi vida.  ¡Jamás!
Esto es todo, querido Federico."
Y así,  de esta forma  precipitada, terminó Agustín el  relato de sus tristes amores con aquella muchacha.
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Superjorge

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Thylzos


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Cita de: Gambit en 26 de Enero de 2010, 10:25
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Sandman



CAPITULO CUARTO
                           INMACULADA


Y así,  de esta forma  precipitada, terminó Agustín el  relato de sus tristes amores con aquella muchacha.
A mi izquierda, alguien gimió:
-¡Ay!  ¡dios mío, pobre señor!
Giré la cabeza en la dirección del lamento.  Quien así se quejaba era la componente  femenina de una pareja  de enamorados recientemente incorporada  a la  tertulia.  Para  ellos, para  su amor,  habría sido mucho mejor  mantenerse al  margen y continuar  con los  arrumacos que hasta  entonces teníanles  entretenidos.  La  de los  arrumacos estaba llorando.  Poca cosa, algunas lágrimas nada  más, pero sí que lloró un poquito.  El novio, el amante,  o lo que fuera, intentándola consolar, la  abrazó con  ternura por  los hombros  dándole al  tiempo repetidos besos en la  mejilla.  Quería consolarla, evitarle  el sufrimiento que Agustín le había causado con la historia de Dulce.
Aparte de los  dos enamorados, nadie más en la  barra movía ni un músculo.    Permanecíamos  todos   sumidos  en   respetuoso  silencio y fácilmente se  comprendía que todos  pertenecíamos al grupo  social de bebedores  de barra,  auténticos profesionales  del oído,  expertos en aburridas  noches de  viernes.   Todos ellos  (como  yo mismo),  gente triste que vive de la emoción y de las pasiones ajenas.
Observé  los  ojos  de  Ernesto enrojecidos.   Este  detalle  sin aparente importancia me hizo casi comenzar a llorar y de no ser por la ayuda que me  prestó refugiarme en el manhatan, eso  es lo que hubiera ocurrido para vergüenza mía.  La sensiblería se contagia.  El ver a un barman  como  Ernesto,  el  mejor  en su  oficio,  de  natural  grave, insensible casi,  uno de esos  que parecen encontrarse por  encima del mundo, por  encima del bien  y del  mal, encontrármelo digo   en aquel estado  lamentable, me  impresionó  en  extremo y  estuvo  a punto  de escapárseme un hipido histérico.
No sin esfuerzo, me sobrepuse a tanta emoción y ñoñería.  Con un nuevo giro de cabeza (esta vez  de ciento ochenta grados, de izquierda a derecha), posé la vista en  los dos charlatanes.  Al bajito (siempre de espaldas, siempre a punto de  empujarme), no podía verle el rostro, pero  sí que  veía el  de Agustín.   Era el  suyo, en  ese momento  de dolorosa  tensión, el  rostro de  un hombre  destrozado, de  un hombre marcado  por  la desgracia.   Aquel  tipo  irreflexivo, algo  iluso  y confiado, se  había colocado  en situaciones de  evidente riesgo  y la vida, el mundo, las mujeres lo  habían maltratado hasta hundirlo en la mayor de las miserias del  espíritu.   Ensimismado, reconcentrado en sí mismo, con la mirada baja y la copa mantenida en el aire (al descuido, sin  prestarle  la  más  mínima   atención),  aquel  hombre  digo,  se encontraba  a  muchos kilómetros  de  distancia.   Su pensamiento,  su espíritu y  sus sentimientos, todo   su ser, se habría  transportado al Algarve, en  Portugal, a  la habitación  de un  hotel donde  una bella joven, desnuda,  intentaba en vano lograr  de él lo que  no podía ser. El recuerdo   e aquella  mujer fustigaba su  mente.  El  comentario de Dulce, lo atormentaría por mucho tiempo:
"¡Como Fermín!,  ¡Un inútil  más!  -le había  dicho. y  luego, le escupió.
Un escalofrío recorrió  la espalda del alto  y elegante Agustín. Pude verlo.  Lo vi  perfectamente.
Antes,   al  comienzo   de  la   noche,  pretendió   engañarnos mostrándose fuerte y  seguro de  sí mismo,  hasta había  apuntado una Extra a  teoría  acerca de  la  impotencia  intelectual y  voluntaria, deseada, una impotencia  cuyos efectos benéficos sobre  el varón había defendido  valientemente.  Ahora,  se le veía derrotado, hundido en la depresión  moral.  ¿Era  éste el  mismo  hombre que,  apenas una  hora antes, se pavoneaba de no necesitar a las mujeres para nada?
De pronto, me encontré  acordándome de María y los niños.  También de mi pobre madre.      "¡Qué  solos estamos  todos, joder,  qué condenadamente  solos!",      Algo como una garra atenazaba mi garganta.  Habría cogido frío al salir  del taxi  y  empaparme  la  lluvia.  Muy  probablemente, al  día siguiente tendría fiebre.
Intenté darle un sorbito  al manhatan.  El vaso estaba vacío.   Le hice una seña a Ernesto  para que lo  renovara, otra de las señas que formaban parte de nuestro lenguaje sin palabras, una seña  universalmente conocida.  Llamé su  atención indicándole con el dedo  índice la  copa  vacía que tenía  delante.  Ese solo  gesto es bastante y no hay que decir ni una sola palabra.
-¿Señor?  ¿Qué desea?  -inquirió el eficiente barman. Ernesto no había entendido.  El lenguaje no verbal tiene fallos.
-Ernesto, otro manhatan -dije.      Y  al hablar,  comprobé que  mi pronunciación  era gangosa  y con dificultades, probablemente  efecto del alcohol  y no de la emoción que me embargaba.  Hay  algo en el alcohol que me  exaspera.  En cuanto me excedo un poco en la dosis, comienzo  a tartamudear y todo el  mundo lo nota.   Entonces,   paso  una  vergüenza   horrible.   Y  ese   es  el inconveniente de  las bebidas largas,  que cuando no se  hacen largas, verdaderamente largas, las trompas que uno se agarra son tremendas.
Mientras  Ernesto mezclaba  el vermut  y la  ginebra en  la  justa proporción para mi  cuarto manhatan (recuérdese, una  parte de ginebra por cuatro  de vermut),  pude comprobar  que algunos  parroquianos que habían permanecido  hasta ese  momento  en las mesitas  bajas, habíanse venido ahora junto  a nosotros al percatarse de  la emocionada  tensión que  se vivía  en la  barra.   No serían  más  de ocho  o nueve,  pero claramente  se veía  que querían  formar parte  del grupo  de oyentes. Ellos  también  tenían  derecho a escuchar y algo habrían  oído  ya  que   abría despertado su curiosidad pues (bien  por descuido de Ernesto, bien por consideración a la gente que  deseaba escuchar), la música ambiente no sonaba  desde   hacía rato  pudiéndose  oír  la  voz de  Agustín  desde cualquier punto de la sala.
Los recién llegados, gente de  ambos sexos, buscaban su puesto lo más cerca posible de Federico y   Agustín. Yo, con mi espalda pegada a la de Federico,  no cedí ni un milímetro de  terreno.  Se demandaba la bebida  (la mayoría  pidió cerveza,  uno un  manhatan como  yo, varios daikiris  y,  una  señorita,  un  San  Francisco).   Querían  beber  y empujaban. Estas  maniobras  se  hicieron   con  relativa  discreción,  con respeto, procurando hacer el menor  ruido posible.  Ernesto sirvió las copas.  Ni una sola vez hizo   que los clientes le repitieran el nombre de la bebida  que habían pedido, no preguntó nada  y ni siquiera agitó los hielos de los cubatas, vodkas y demás bebidas que los necesitan.       Con tanta gente  alrededor, el disimulo podía  relajarse un poco. Agustín,  meditabundo  como  estaba,  no  percibía  el  movimiento  de personas en  torno suyo.  Por  el contrario,  Federico sí que  se daba cuenta  de  estos  trajines.   Me  daba la  impresión  de  que  estaba  esperando a  que todo  el mundo estuviera  en su sitio  y con  la copa servida para,  entonces, hacer algún  comentario que pudiera  ser oído por todos.      Así  era.  Cuando  consideró  que el  ambiente  había llegado  al máximo  de expectación  y  no  queriendo que  el   público perdiera  el interés (cosa que  suele ocurrir si el actor deja  pasar ese momento), Federico,  con  más  grandilocuencia  de  la  debida,  con  manifiesta pomposidad,  dijo  con fuerte   voz,  lentamente  y marcando  mucho  la pronunciación:
-Querido Agustín,  van dos  bragas, Azucena  y Dulce,  azules las unas, negras las  otras. dijiste que hay una  tercera braga.  ¿Qué pasa  con ella,  con esa  tercera braga?   Descarga tu  alma, Agustín, amigo,  y  no  dudes de  que  haré  todo  lo  que sea...   ¡Todo!   La  impotencia  es  un  problema  muy  serio,  dificilísimo  de  resolver, prácticamente imposible...
La misma mujer  de antes, la joven que había  prescindido de  los arrumacos con  su pareja para  escuchar a Agustín, dejó  escapar nuevo gemido:
-¡Y tanto que es difícil!  ¡Imposible diría yo!  -exclamó.
El  hombre que  la  acompañaba sonrió  algo corrido.   Enrojeció. Hubo un murmullo de sorpresa en el  auditorio.  Algunas risas.
"Aquí  hay para  todos", pensé.   "La noche  va de  cuernos y  de impotentes."
Y luego,  inmediatamente, sin aparente relación  con lo anterior, me dije:
"¿Qué  estará haciendo  María?   ¿Tendrá  a los  niños  ya en  la cama?"
Miré el reloj.  La una y  media.  Los niños tenían que estar más que dormidos.
El comentario de  Federico hizo el efecto deseado,  terminar con el viaje astral de Agustín haciéndolo regresar  desde el Algarve.
-Impotencia, impotencia...  -despertó Agustín,  aún débil la voz, vacilante el tono.
Levantando la vista  del suelo, fijó una mirada de indignación en  el amigo, y yo, desde mi privilegiada  posición, escondido tras la espalda  del bajito, comprobé  como el furor  se iba apoderando de él.  Ahora  sí, el héroe hallábase poseído de  santa cólera.
-¡Qué coño dices de impotencia!  ¡Hostias!  -exclamó echando chispas por los ojos-   ¡Hostias!  -repitió-.  En ningún  momento me habrás oído decir que yo sea impotente  o algo por el estilo.  Lo único  que he dicho es que  hay que  huir  de  las mujeres,  no   tratarlas, dejarlas  aparte. ¿Entiendes, Federico?  ¿Lo  entiendes?  ¡A ver si es  que tú pretendes hacerme  creer que  habrías logrado  algo  con esas  dos!  ¡Por  Dios, Federico, que  nos conocemos!  ¡Que  no soy  tonto!  ¡Tú mismo  lo has dicho antes!.  A  nuestra  dad, dos polvos en un  día bien, bien, vale muy bien,  tres...  ¡pues  vaya que suerte!,  hasta cuatro  es posible distanciándolos, te lo admito,  pero cinco...  ¡cinco, son imposibles! ¡Un  mito!  ¡Ni  de cojones, hombre, ni de cojones  llegas tú al cinco! ¡Vamos, ni tú ni nadie!  Y  Dulce...  ¡una puta, ¡hombre!, ¡por dios!, ¡una puta redomada!  -concluyó Agustín ya caliente, agresivo.
Se produjo un murmullo de aprobación entre los presentes.
-Naturalmente que se  habría arrugado -se oyó que le  decía la de los arrumacos, la emocional, a su compañero-.  ¡Si ya en el primero os cuesta...   !
El   acompañante  enrojeciendo por  segunda vez,  lanzó tímida sonrisa al respetable público.
"Aquí hay para todos", me  dije.
Este pensamiento retornaba a mi cerebro una y otra vez  aquella noche.

(lo siento gente, me equivoqué y puse una entrada de más tarde en vez de la que tocaba :/)
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Thylzos

Ya decía yo que no entendía mucho... :P

Gracias freyi *.*


Cita de: Gambit en 26 de Enero de 2010, 10:25
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Sandman

El  murmullo  de  aprobación  creció.   Se  quería  que  Federico rectificase  y  pidiera disculpas.   La  actitud  de superioridad  que adoptaba estaba de todo  punto carente de justificación.
Por lo que  a mí respecta, me  encontraba decepcionado observando el  grosero lenguaje  que había  empleado  Agustín.  Lo  tenía por  un individuo  fino,  elegante,  con  clase,  de  esos  que  mantienen  la educación en  cualquier  circunstancia.  Y  ahora me había  fallado con tanto taco  y expresión  grosera.  En parte  era comprensible  pero me hubiera  gustado verlo  resistir con  más  entereza y  que no  hubiera  empleado un lenguaje tan sumamente  vulgar.  De Federico, no me habría extrañado, pero de él...  ¡Qué decepción!
Federico  pareció  comprender que  su  situación  no era  buena. Hasta ese momento, tenía el combate  ganado, pero acababa de echarse a la gente  en contra.  La  animadversión que en todos  había despertado era evidente.  Intentando rectificar, En tono humilde, dijo:
-No quería ofenderte, amigo, perdona.
-Está bien -aceptó el otro.
-No, perdona.  En serio, perdóname.
-No te preocupes, pero es que no entiendes.
-¿El qué no entiendo?  -quiso saber Federico.
Pues  lo que  suele decirse,  que  muchas veces  una retirada  a tiempo vale más que mil  victorias -explicó Agustín
-¡Vaya!   Eso,   Agustín,  sí  que  lo   entiendo.   Lo  entiendo perfectamente.
-Se trata de retirarse sin daño, de apartarse.
-Ya -aceptó Federico.
-Eso es lo que hago yo ahora.
-No sabía -dijo el bajito-.  Te tenía por el más fogoso de todos. Te lo he dicho  antes, casi te tenía envidia.
Tuve la impresión de que había  cachondeo, pero Agustín, o no se entera,  o no  quiso enterarse.   El caso  es que  no dijo  nada y  se produjo una pausa.
El silencio era absoluto.  Era  imposible que Agustín no se diera cuenta de que  todos estábamos atentos a  lo que  decían él y Federico. Quizás, era un exhibicionista mental, uno  de esos que les gusta ir por ahí contándolo todo.
-Voy a contarte lo de la tercera braga, lo de Inmaculada -anunció Agustín-.   Así comprenderás  lo que quiero decir,  comprenderás que lo mejor que se puede hacer con las  mujeres es no hacer nada con ellas.
-Está bien, amigo, empieza  cuando quieras -autorizó el bajito.
Para los demás no lo sé, pero  para mí, era tan claro como la luz del  día  que Federico  quería  congraciarse  con la  reunión.   Nadie hubiera dado un duro por Agustín hasta que Federico había empezado con ese tonillo de   superioridad.  Por eso estábamos de  parte de Agustín. Porque  a nadie  le gusta  ver como  se ríen  de otro  por un  posible problema de impotencia, es más, todo  el mundo considera  esto como una desgracia compadeciendo  a quien sufre  esa terrible enfermedad  de la que  ninguno se  siente por  completo  a salvo.   Federico, si  quería triunfar dialécticamente sobre su  amigo, debía rectificar esa actitud insolente y provocativa.
"Pues, verás  -explicó el alto  y elegante Agustín-, desde  lo de Dulce no había salido con ninguna mujer.  Renuncié a  cualquier tipo de líos.  Estaba lo suficientemente escarmentado como para que, entre una noche pacífica viendo la televisión o  una noche loca con la mujer más guapa  del mundo, sin  la sombra  de la  más mínima  duda, habría elegido   la  televisión   porque,   la  televisión,   en  según   qué circunstancias es un recurso psicológico estupendo.       Azucena en junio  y Dulce en octubre.  Noviembre  y diciembre en casa.   Cuando salía  a  la  calle iba  con Manolo  (tú lo  conoces, el gordo, el ingeniero,  va mucho por el club), y   mayormente íbamos a la bolera.  En  Nochevieja me quedé  viendo el programa de  televisión de fin de  año.  Pasé   os carnavales  encerrado y sin  ver a  nadie.  No quería correr riesgos innecesarios.  Estaba feliz.  Algo aburrido, eso sí, pero feliz.  En serio, no podía estar mejor. Y  en   primavera,  cuando  más  desprevenido   estaba,  para  mi desgracia, conocí a  Inmaculada.    las cosas sucedieron  de la manera más tonta, de una  de esas maneras que no te  avisan  hasta que, cuando te das cuenta, es ya demasiado tarde, el mal está hecho.
Al principio me fue imposible sospechar que corría algún peligro porque Inmaculada   no era de  ese tipo de  mujeres que siempre  me han gustado.  Por eso no sospeché nada.   La  conocí con motivo de un viaje que tuve  que hacer a Segovia  por un asunto del  trabajo.  Inmaculada era  la jefa  de la  delegación  que mi  empresa tiene  en esa  ciudad castellana y  me habían  ordenado investigar  unas cuantas  pólizas de seguros de  vida.  El  auditor de  la  central de  Madrid no  las tenía todas consigo  con respecto a esas  pólizas, veía algo raro  en ellas. No  estaba seguro  de que  hubiera  ninguna anomalía,  pero había  que mirar.      En cuatro ocasiones, habíase detectado que producido el óbito que da derecho al cobro, los  beneficiarios no habían reclamado el dinero. Se desconocían los  motivos de esta generosidad, pero el  hecho es que parecía  una  actitud  extraña.   Nadie se  siente  benéfico  con  las compañías de seguros,  Federico, estamos acostumbrados a  que la gente quiera cobrar  más de  lo que se  les debe, nunca  de menos.   Y menos acostumbrados aún a que   renuncien al cobro. Además, se había detectado un  cierto número de clientes morosos, es decir clientes que   no pagaban las primas   y,  esto  de que la gente no pague las  primas. es cosa que  no gusta nada a  los responsables de las compañías de seguros, así que eso también había que  mirarlo.
Había que  mandar a  un experto para  que investigara,  pero sin ruido, haciendo pasar  la investigación por un  control rutinario, por uno de  esos controles  programados.  Actuando   así, con  disimulo, si todo queda aclarado finalmente, nadie se puede dar por ofendido porque las investigaciones de rutina son  eso, investigaciones de rutina.  En fin, Fede,  cuando hay un asunto difícil, el jefe siempre piensa en mí. Le ofrezco  confianza.  No  lo dudó  ni por  un momento  y me  envió a Segovia.  Me envió   a mí, como siempre, a mí.      Era  una magnífica  oportunidad  para salir  de  Madrid por  unos cuantos días, de Madrid donde  últimamente no hacía más que aburrirme.  Y,  de paso,  me ganaría  una buena pasta con las dietas,  un buen pellizco. ¡Perfecto!,  verdaderamente, la perspectiva, era magnífica.
Era una hermosa mañana de finales del mes de Abril cuando me puse en  camino.  Lucía  el  sol y  me  detuve  en lo  alto  del  puerto  de Navacerrada a contemplar el bello panorama que se extendía a mis pies. Los pinos  balsaín altos y  derechos como flechas, el  deleitoso rumor que producen a lo lejos las aguas  del Eresma...
Cuando  puse el  coche en  marcha para  bajar a  Segovia, era  un hombre nuevo, un hombre nuevo en auténtica comunión con la Naturaleza. Un estado  de ánimo  similar, alegre, vital,  pletórico de  juventud y brío  incontenibles, el  deseo  de  saltar y   correr,  de henchir  los pulmones de aire puro, es, según  creo, el estado de la naturaleza que los griegos identificaban  con la diosa Artemisa,  Artemisa la virgen, la hermana de ese otro dios de la pureza, el brillante Apolo."
Alguien  exclamó (pienso  que  fue un  individuo  gordito  situado detrás del orador, pero no estoy seguro):      
-¡Joder!  ¡Qué cosas más bonitas dice este tío!
Pero Agustín  no le prestó la  más   mínima atención.  Y  es que el Agustín que estaba  hablando.   El Agustín  de ahora,  no  era  a  el Agustín destrozado  de apenas  hacía cinco minutos.   Volvía a  ser el mismo  tipo seguro  de  sí mismo,  un tanto  petulante  y...  ,  ¿Cómo decirlo?  ¿Qué  palabra sería la  adecuada para describirlo?   Sí, sí, podríamos decir  que resultaba doctoral, mejor,  catedrático.  Eso es: Agustín,  en  ese  momento,  parecía un  catedrático,  un  catedrático dispuesto a  explicarnos la  vida a todos  los allí  presentes.  Aquel Agustín del que todos nos  temíamos fuera impotente había desaparecido y, en  su lugar, en  plena forma, reaparecía  el Agustín del  club, el golfista, el  tipo maduro  y de  experiencia que sabe  de lo  que está hablando.   Ante  nosotros (público  fiel  y  entregado), Agustín,  el narrador genial.  Decía:
"...  y por  esos retrasos  llegué tan  tarde a  Segovia.  En  la delegación estaban  a punto de irse  e Inmaculada me recibió  de uñas. Mi presencia  la obligaba a  prolongar la jornada laboral,  como poco, una o dos horas  más.  Todo el mundo sabe que no  tengo mala uva, pero ella aún  no lo  sabía porque  ni siquiera nos  conocíamos.  Yo  iba a hacer  una  investigación,  un  control   sobre  la  actividad  de  la delegación,  de  manera  que  era   normal  que  mi  presencia  no  la ilusionara.  En general, con honrosas  excepciones, los auditores y la gente así, los inspectores, suelen  ser tipos la mar de quisquillosos, siempre con  la punta de  la nariz arrugada  como si les  molestara un desagradable olor a corrupción, siempre la cara contraída en una mueca de dolor de muelas...  La gente nos odia.  Es injusto, pero nos odian. ¡Nos aborrecen!

(ale, otra más, ya vamos llegando al final, hace como 2 entregas que pasamos el ecuador)
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Thylzos

¿Tan rápido?, se me pasó volando... ¿tienes por ahí un pdf con toda la historia para pasarme una vez la termines de subir?, me haría ilusión...

Gracias freyi *.*


Cita de: Gambit en 26 de Enero de 2010, 10:25
Follar cansa. Comprad una xbox 360, nunca le duele la cabeza, no discute, no hay que entenderla, la puedes compartir con tus amigos...

Sandman

si lo consigue publicar te puedes comprar un original xD
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