Noticias:

Mai Meneses es la primera expulsada de la nueva edición de OT. Su sueño de triunfar en la música parece que termina.

Menú Principal

Tres Bragas (la novela de mi padre)

Iniciado por Sandman, 29 de Mayo de 2008, 20:30

0 Miembros y 1 Visitante están viendo este tema.

Sandman

En la mesita de noche del dormitorio, encontré la carta, al fondo del  cajón.  Sí,  Dulce  Cueto.   Debía ser  una  enferma mental,  una perversa.  Nadie se interesa en el tema de los organigramas tanto como para insistir  de esa manera obsesiva,  primero por carta al  decano y luego  llamándome  por teléfono  directamente.
Quizás  era de  esas estudiantes  que preparan  tesinas sobre  temas  que a  todo el  mundo aburren  y que,  por  consiguiente, se  diga lo  que  se diga,  ningún miembro del tribunal encargado de  juzgarlas discute.  En estos casos, el "cum laude" está asegurado.
Por supuesto, no había mirado para  nada las preguntas de la tal Dulce.  La  carta era  gruesa.  Por  un momento  estuve tentado  de no hacer ni  caso, pero la  razón se impuso.   Tal como había  hablado el decano,  si quería  que me  contrataran en  años sucesivos  para aquel cursillo,  tenía  que   ser  amable  con  aquella   chica.   Nunca  he despreciado el dinero, Fede, no soy un materialista tampoco, pero creo que un poco de dinero nunca está de más.       Cogí el teléfono (lo tengo ahí mismo, sobre la mesita de noche), y marqué el número que venía reflejado en la nota de Lurdes.
Dulce estaba en casa.  Le dije  la verdad.  O la verdad a medias, porque, si  bien reconocí  que no había  preparado las  respuestas, lo otro, lo de que había estado  ocupadísimo toda la semana no disponiendo ni de un minuto, eso, francamente, era una mentira gordísima.  En fin, querido, que considerando  mentalmente que esa noche  no había quedado con  nadie y  que  siendo miércoles  no había  ningún  programa en  la televisión que me apeteciese, quedé con  ella a cenar en el Rugantino, en el Rugantino quizás el restaurante  italiano mas elegante y caro de Madrid.  Reservaría la  mesa a mí nombre  para eso de las  diez, más o menos."
Agustín estaba seco.   Se detuvo para darle un largo  trago a su cerveza.  Federico  hizo lo propio.  Yo  le di un sorbito  al manhatan comprobando  sorprendido, que  me  lo había  terminado sin  enterarme. Ernesto, a una seña mía, me renovó la bebida con celeridad eficiente
"Estoy  bebiendo mucho", pensé.
Observé que el  barman, requerido por Federico, le  servía la que debía ser  la cuarta  o quinta  jarra de cerveza  de la  noche.  Bebía mucho aquel tipo  bajito.  Discutía bien, las  palabras precisas, pero bebía  rápido,  demasiado  rápido.   Habría  que  ver  si  no  acababa borracho.  Yo  no lo deseaba,  en absoluto,  porque los excesos  en el alcohol  indefectiblemente  empobrecen  las conversaciones  de  barra, tanto, que acaban  por arruinarlas del todo.  El  único que conservaba su bebida  casi intacta era  Agustín, de modo  que Ernesto no  hubo de renovarle la jarra de cerveza.
"A las nueve de la noche  estaba arrepentido de haber quedado con Dulce -continuó el  alto y elegante Agustín, apagada la  sed-.  Lo que antes me había parecido hasta casi divertido, una cita a ciegas o algo por  el estilo,  me  daba  ahora la  sensación  de  que tenía  grandes posibilidades  de ser,  en realidad,  por  qué no  decirlo, un  coñazo mortal.  Se podía anular la reserva,  claro está.  Y tentado estaba de hacerlo.   Pero cuando  Dulce Cueto  se presentase  en el  Rugantino y viera que le  había dado plantón, es seguro que  informaría al decano. Y la Facultad no volvería a contratar  mis servicios.  El dinero no lo es todo, ya sé, pero sí que es algo muy conveniente, ¿sabes, Federico? Sí, muy conveniente.      En fin,  que a las  diez, como un  clavo, estaba entrando  por la puerta del Rugantino.  Y sinceramente, Federico, amigo, ¿qué quieres?, me llevé una sorpresa mayúscula.  La reconocí de inmediato.  Dulce era la minifaldera  de la primera fila,  la que tomaba apuntes  a cien por hora.  En el Rugantino  estaba guapísima.  ¡Guapísima!  ¡De impresión! ¡Jovencísima   y guapísima!
Cuando se levantó de la  silla para saludarme, la pude contemplar de cuerpo  entero, en la  plenitud de  su vigor físico.   Un trajecito corto,  muy corto,  dejaba ver  al que  quisiera las  dos piernas  más bonitas con  que jamás  me he encontrado,  piernas largas,  de tobillo fino y muslo aparente, piernas  enfundadas en medias negras, medias de liguero, de las que debe usar una mujer.  No me gustan los pantis para nada, porque, aparte del incordio que suponen en los momentos del amor desatado,  además,  le  quitan  a  los  femeninos  muslos  la  belleza misteriosa que poseen.  Los pantis  rompen la tradición estética de la novela romántica y  erótica.  No, no me gustan nada  los pantis.  Y en cuanto  al escote,  generoso, se  le adivinaba  el canalillo  que toda mujer debe  poseer y que Dulce  lo tenía más que  hermoso.  ¡Cosa ésta del canalillo, de asombro, en una muchacha!      También había algún inconveniente.  A  Dulce le pasaba lo que les pasa a muchas jovencitas que pretendiendo impresionar a los hombres (a los hombres en su opinión un poquitín mayores), entonces, se disfrazan de  algo así  como de  zorritas prescindiendo  de la  ropa más  que de costumbre y pintándose en exceso.  Esto, claro, cuando están lejos las madres que les dieron el ser y que les ponen coto.

(El foro de ogame va tan sumamente lento que ya subiré las dos entradas seguidas otro día)
Blog novela, con zombies:


Thylzos

Eres cruel, subes de a cachos pequeños. Nos das un poquito y luego nos lo quitas despiadadamente. Te odio.

Gracias freyi *.*


Cita de: Gambit en 26 de Enero de 2010, 10:25
Follar cansa. Comprad una xbox 360, nunca le duele la cabeza, no discute, no hay que entenderla, la puedes compartir con tus amigos...

Sandman

De modo  que Dulce que era  de Burgos (ciudad en  donde vivían su madre  y su  padre),  Dulce  que compartía  piso  en  Madrid con  otra estudiante de Ponferrada (de su misma  edad y de similares gustos), se presentó en  el Rugantino tan  enseñándolo todo  que era un  placer el contemplarla.  Algunos tipos ñoños  únicamente desean rodearse de tías de categoría, de tías  con clase.  Yo no soy de esos,  a mí, Fede, las hembras,  cuanto  más generosamente  enseñen  sus  encantos mejor  que mejor.  Por supuesto, siempre que les siente bien lo que lleven puesto encima porque tampoco  soy de los que prefieren que  las mujeres vayan por ahí desnudas.  No, tampoco soy de esos.
El  camarero me  miraba  con evidente  envidia.   Después de  las presentaciones, pedimos  la cena.  Luego me  contó lo de que  vivía en Madrid y  que era de  Burgos.  Pese a que  ya llevaba tiempo  aquí, se sentía un poco  perdida todavía en una ciudad tan  grande como Madrid. Sus padres confiaban mucho en ella  -me explicó-, y por eso la dejaban vivir en  un apartamento  con su compañera,  y no en  casa de  una tía carnal que vivía en  la calle Serrano.  A ella no  le gustaba esa tía. Los padres  tenían unas bodegas en  Roa, en donde producía  vino de la Ribera del Duero,  fincas agrícolas en explotación en  Olmedo y alguna que  otra en  Soria  (éstas, algo  más pequeñas  que  las de  Olmedo).Tenían  vacas, ovejas  cerdos  y,  por tener,  tenían  una fábrica  de harina.  El padre era socio  mayoritario y presidente ejecutivo de una central lechera de  Aranda de Duero y, además, ese  señor ostentaba la jefatura de la organización de empresarios de la comunidad de Castilla y León, cargo que ejercía con furibunda energía al decir de la hija.
-Soy, lo  que se dice,  una niña  rica -dijo Dulce  sonriendo con aire de timidez-.   Hija única, también soy hija  única -añadió-.  Eso me  ha  causado algún  problema  que  otro.   Desde  que mi  padre  es presidente  de la  organización  de empresarios  de  Castilla y  León, cuando voy por Burgos, noto que algunos  chicos se acercan a mí por el interés. Piensan que  mi padre  les  dará trabajo  cuando acaben  la
carrera.
Dulce y  yo continuamos hablando  de esas  cosas de que  habla la gente cuando acaban de ser presentados  unos a otros, de temas vanales que se utilizan para romper el hielo del primer momento".      Y no me negarás, Fede -observó Agustín interrumpiendo el relato-, que la chica  no debía de andar muy desencaminada  en eso del interés. . Es cosa  corriente que  alrededor de las  niñas ricas  aparezcan una turba de  admiradores únicamente  con la  intención de  asegurarse una buena boda, una boda que les permitiría vivir sin dar golpe.      Llegados a los postres -prosiguió Agustín tras haberse detenido un instante en  sus explicaciones-, me dio  por pensar que aparte  de las bodegas de  la Ribera del Duero,  las fincas agrícolas de  Olmedo y de Soria, la fábrica  de harinas y la central lechera,  cosas todas éstas de  los padres  pero de  las que  era de  suponer que  algo habría  de heredar Dulce (porque difícilmente sus padres podrían llegar a pulirse todo el patrimonio, por despilfarradores  que fuesen), aparte de estas cosas  digo,  Dulce,  por  sí   misma  era  una  chica  sobresaliente, sobresaliente su cerebro de  empollona y sobresalientes los magníficos y juveniles pechos.
Sí, eso pensaba yo mientras comía.  Y también llamaba mi atención el  menú que  había pedido  Dulce:  macarrones con  tomate, de  primer plato,  huevos  fritos con  patatas  de  segundo  (huevos que  se  los prepararon por ser yo cliente, una  deferencia, nunca he visto a nadie pedir huevos con patatas en  Rugantino), y para terminar, de postre, un helado doble de vainilla.
"Un menú un  poco infantil", pensé.  "Pero ese  cuerpazo no tiene nada de infantil."
La empollona  me había caído  bien desde un primer  momento.  Era muy graciosa y espontánea hablando, quería saber si era muy complicado el ejercicio libre de la profesión,  si era bonito.  Sí, sí, eso dijo. "bonito".  O quizás era mejor trabajar en una empresa como asalariada. ¿Qué me parecía a mí?  ¿Qué consejo podía darle?  ¿Se podía vivir bien con el sueldo  de un economista?  Porque ella, aunque  su padre quería que se ocupara de  las fincas y de todo eso, el caso  es que a ella no le gustaba Burgos, ni salir al campo a ver las fincas, ni nada de eso. Lo que  de verdad  le gustaría  hacer cuando  acabara la  carrera, era quedarse en  Madrid y  entrar de meritoria  en cualquier  empresa, por ejemplo, una compañía de seguros o algo por el estilo.      -No te lo aconsejo -le  dije-.  Vivirás mucho mejor ocupándote de las fincas  de tu padre, muchísimo  mejor.  Y no tendrás  que obedecer las órdenes de nadie.
-Pero tú también (habíamos  decidido tutearnos desde el principio de la cena, pasadas las presentaciones de rigor), tú también les darás órdenes a  muchos y te  lo pasarás  genial -contestó ella  haciendo al tiempo mueca  graciosísima con  la boca-.  A  mí me  gustaría trabajar contigo.  Y  eso no quita para  que cobrara las rentas  del patrimonio  familiar –añadió.
En  ese  preciso  instante,  al contemplar  la  juvenil  ilusión reflejada en  sus ojos dulcísimos  y la  sonrisa afectuosa con  la que hablaba,  en ese  emocionado instante,  fue cuando  noté algo,  cuando comprendí que en  el breve intervalo de tiempo  transcurrido entre los macarrones con tomate y el helado de vainilla, Dulce, mi niña, habíase enamorado de mí.  Y lo que más me sorprendió, querido Federico, es que yo también me  había enamorado de ella.  Y asustado  por la intensidad de la pasión que sentía, quise huir de ese sentimiento que comenzaba a nacer  en  mí.   Le  propuse  nos centráramos  en  el  asunto  de  los organigramas.  Entonces ella, con delicioso mohín, rechazó la oferta.
-¿Te gusta bailar?  -sugirió Dulce.
-Contigo  me entusiasmará,  seguro -le  repliqué.  Me  ardían las mejillas.
-Pues vámonos a  bailar -dijo ella.
Y mientras  Dulce recogía el abrigo del ropero, pagué la cuenta.   Salió cara la cena (el Rugantino no es un sitio barato precisamente), pero  algo me decía que no me iba a arrepentir.
Al poco, el camarero se acercó a la mesa:
-Su hija le espera fuera, señor -me indicó amablemente.
Le perdoné la metedura de pata.   Dulce, mi niña, era tan joven y linda que no era de extrañar  que alguien se confundiera en el sentido en que lo había hecho el camarero.      Si, sí, había que disculpar a aquel tipo.
La llevé a uno de esos sitios  que hay por Malasaña, uno de esos pubs poco  iluminados y con una  pequeña pista de baile  en el centro, música suave,  poco público...  Bailamos agarradísimos.   Entonces, le dije:
-¿De verdad te llamas Dulce?  ¿Qué nombre es ese?  -pregunté.
-Es el Dulce Nombre de María -contestó-.  De la Virgen María
A  cada minuto,  la quería  más.   Me volví  loco.  Nos  volvimos locos.   Pasadas  dos  horas  de  bailoteo,  decidimos  irnos  al  día  siguiente al Algarve,  a un hotel que conozco que  está estupendo.  Es de lujo,  un cinco  estrellas.  Tiene playa  particular y  una piscina paradisiaca, algo increíble, Federico,  te lo aseguro.  Saldríamos por la mañana temprano en avión rumbo  a Jerez, y desde allí alquilaríamos un coche.  ¡Sería maravilloso!     
Estuvimos toda la  noche bailando,  y luego,  ya amanecido,  nos fuimos al aeropuerto.  Recogimos  algo de equipaje, lo imprescindible, primero  en el  piso  de Dulce  y  luego en  el  mío.  Lurdes  pareció extrañarse       un  tanto al verme  en compañía  de una joven  tan hermosa, pero discreta,  no dijo nada.  Nos  sirvió el desayuno y  después nos fuimos para Barajas."
-¿Y por qué  carajo no te la tiraste esa  misma noche?  -inquirió groseramente  el bajito  interrumpiendo  bruscamente  el discurso  de Agustín.
La pregunta era una tremenda grosería, claro, pero no dejaba de  tener  su  miga,   porque,  enamorada  Dulce,  enamorado  Agustín, disponiendo de  apartamento para  el amor, la  demora no  se entendía. No, no,  no se entendía.   El bajito (aún con  dosis de cerveza  en el cuerpo  superiores a  lo  razonablemente  admisible), sabía  preguntar maravillosamente bien.
-No lo sé -fue la escueta y más bien fría respuesta del otro.
"Sí que lo sabe", pensé.
Tenía a Ernesto delante mío, al otro lado de la barra.  Escuchaba atentamente.  Observando la emoción que  se pintaba en su rostro, supe que el barman también sabía que  Agustín lo sabía.  El alto y elegante Agustín  había mentido.
A  esas  alturas  de  la  noche, la  barra  había  ido  perdiendo parroquianos a  gran velocidad.   No quedaríamos más  de cinco  o seis personas, aparte  de Federico  y Agustín.  Tuve  la impresión  de que, ahora, no sólo Ernesto y yo  nos interesábamos en la historia de aquel hombre, sino que era toda la barra la que estaba interesada.  Y es que el silencio se  iba espesando alrededor del alto y  el bajito quienes, sin embargo,  ni uno ni otro  parecían darse cuenta de  la expectación que estaban provocando en los demás.
Agustín esperó un  tiempo antes de continuar, un  tiempo que por lo excesivo que resultó, anunciaba la tragedia:
"El avión salía a  las diez y media de la  mañana -dijo-, pero no nos embarcamos hasta las doce.  Problemas técnicos del aeropuerto, sin especificar.  Llegamos a Jerez como a  eso de la una y media.  Comimos allí mismo en  la cafetería del aeropuerto, dos  raciones de pescadito frito  surtido y  helado de  vainilla.  Luego,  alquilamos un  coche y salimos para Portugal.
Llegamos a la recepción del hotel a eso de las seis.  La luz del sol empezaba  a declinar. Dejamos el equipaje en la habitación (una habitación espaciosa y limpia en la cuarta planta, con amplia terraza  y vistas  al mar),  y bajamos  a darnos  un baño  a la piscina maravillosa.
Estábamos a  finales de Octubre y  en Madrid hacía frío.   En el Algarve, no lo hacía.  Dulce, nada más ver aquel agua transparente, de tonos  rosáceos (efecto  óptico provocado  por  estar el  fondo y  las paredes pintadas  de rosa  salmón), me comunicó  el inmenso  deseo que tenía de nadar  en ella.  Sinceramente, a mí no  me apetecía nada.  En el  Algarve, en  esa época  del año  no hace  frío, pero  tampoco hace calor.  La temperatura  es buena , para pasear, incluso  para tomar el sol en traje de baño en el hueco del día, pero, bañarse, meterse en el agua helada de una  piscina, eso no, eso sí que no  lo pide el cuerpo. Pero Dulce, mi  niña, sí que lo  quería, quería bañarse.  De  modo que bajé con ella a la piscina rosa.      El  aire  era más  bien  fresco.   Me  temía  lo peor.   En  fin, Federico, amigo, no  sé si te he  dicho alguna vez que  tengo una gran facilidad para coger  frío en mis partes, bueno,  para la prostatitis. No tiene importancia, ¿sabes?, pero  es incomodísimo.  Por ejemplo, en el Cantábrico,  no me puedo bañar  ni en verano y  si un día voy  y me lanzo,  pues entonces,  pastilla  viene y  pastilla va.   O  si no,  a levantarse a hacer pis mil veces en una noche.      Bueno, a  lo que voy,  que no me  apetecía bañarme y  ni siquiera quitarme la ropa.  La  sola idea de quedarme en traje  de baño me daba escalofríos. Nos  instalamos en  una  de  las hamacas  de  primera línea.   No quedaba ya  nadie, ni dentro  del agua, ni fuera  en el recinto  de la piscina.   Dulce  se quedó  en  tanga.   Sí,  sí,  ahora sí  que  pude contemplar a plena satisfacción  aquellos estupendos pechos.  Aquellos pechos y todo lo demás.   Era maravilloso ver la perfecta arquitectura de aquel cuerpo en plena juventud, verlo así, desnudo, desentumeciendo los músculos, ganado de  la pereza y poseído de los  rayos del sol que lo cubrían, en verdad, Federico, sinceramente, producía vértigo."

(venga, que me has caido bien)
Blog novela, con zombies:


Thylzos

Pedir más sería excederse, ¿no?. Agustín me cae cada vez mejor.

Gracias freyi *.*


Cita de: Gambit en 26 de Enero de 2010, 10:25
Follar cansa. Comprad una xbox 360, nunca le duele la cabeza, no discute, no hay que entenderla, la puedes compartir con tus amigos...

Sandman

Mañana o pasado pongo más, no seas ansioso xD
Blog novela, con zombies:


Thylzos

Había que intentarlo. A ver si mañana me entero cuando postees.

Gracias freyi *.*


Cita de: Gambit en 26 de Enero de 2010, 10:25
Follar cansa. Comprad una xbox 360, nunca le duele la cabeza, no discute, no hay que entenderla, la puedes compartir con tus amigos...

Superjorge

cállate y haz como yo, sufre en silencio
Sorry but you are not allowed to view spoiler contents.

pat garret


Bill

O subes otro trozo o montas una asociación de ayuda a los bragadependientes.

Sandman

-Agustín,    querido   -interrumpió    Federico   con    evidente impaciencia-, espera un poco, para un  segundo.  Hay algo que no puedo entender.
-¿Qué es ello?  -dijo el otro.
-¿Estabas cansado?
-No, no, lo que tenía era frío.
-Digo al llegar al hotel.
-No, no -se apresuró a contestar Agustín-.  Fuimos en avión hasta Jerez y desde allí al hotel no habrá  más de dos horas, o quizás dos y media..  Y eso, sin correr mucho.  No, cansado no estaba, en absoluto.
-Pues no lo entiendo -dijo Federico.
-No se qué quieres decir -dijo Agustín.
-Pues es  bien sencillo -replicó el  bajito-.  ¿Por qué no  te la tiraste al llegar?  Si hubieras estado  cansado, en fin, eso le pasa a cualquiera, tenemos  ya una edad en  que hay que andarse  con cuidado. Al menos  con las del tipo  Azucena.  Pero con una  chavalita guapa... Me preocupas Agustín.  Temo lo peor.
El alto no dijo nada.  No fui yo quien giró la cabeza para mirar. Giró ella  sola  automáticamente al  escuchar el último  comentario del bajito.  Mi cabeza se movió por su cuenta como lanzada por un resorte. Tenía  que  mirar,  evaluar  cómo  le  habían  afectado  al  alto  las insidiosas  palabras  de Federico.   El  rostro  encendido, la  mirada errática, la barbilla temblorosa...  ¡Pobre hombre!  Suficiente, había visto bastante.
Girando la cabeza,  fijé de  nuevo la mirada  en las botellas de whisky y coñac.
-¿Qué pasó luego?  -inquirió Federico.
-Fuimos a  cenar al  restaurante del  hotel -informó  Agustín con sequedad.
-¿No subísteis antes a la habitación?
-Sí,  a cambiarnos  de ropa,  a  ponernos decentes  para bajar  a cenar.
-A cambiaros  de ropa...  -reflexionó lentamente  Federico-.  Ya, ya veo.
-Y ese "ya, ya veo"  sonó como un directo a la mandíbula.  El bajito, en el combate, no daba tregua.
-¿Qué pasa?  -dijo irritado el alto y elegante Agustín, vacilante la voz.
-Nada, nada  -repuso el otro-.   Sólo que  pensé que la  chica te gustaba.  No pasa nada más que eso, nada más.
-Pues  naturalmente   que  me  gustaba  -aclaró   Agustín-.   Por entonces, Estaba ya prácticamente enamorado de Dulce.  Habíamos estado bailando la noche anterior, muy apretaditos, acaramelados, besándonos, en  fin,  a  cien  por   hora.   Era  simpatiquísima,  muy  agradable, inteligente y  hacía un  momento, en la  piscina, nos  habíamos besado otra vez.
-Eso no  basta -fue la  cruel respuesta del cruel  Federico-.  En determinados momentos, el amor no basta, en absoluto.
Ernesto,  conmovido,  emitió  hondo suspiro.   Una  expresión  de piedad y conmiseración, también de angustia, se reflejaba en el rostro del eficiente  barman.  Yo  participaba de estos  mismos sentimientos. ¿Por qué no le dejaba que  acabara su historia sin tanta interrupción? ¿Por que  se empeñaba  en ahondar  en la herida?   El triste  final se adivinaba, Puestas  así las  cosas, sería  mucho mejor  que el  alto y elegante llevara a término el relato cuanto antes.
La  barra  permanecía   en  silencio,  toda  ella   atenta  a  la conversación de los  dos de mi derecha.  Hacía rato  que dos tipos más habíanse incorporado a la reunión y, también, una pareja de enamorados situada a mi izquierda  y que no habían parado de sobarse  el uno a la otra y  la otra al uno,  ahora, cesando en los  arrumacos, desplegaban las antenas  sintonizando las orejas  receptoras en la misma  onda que toda la barra.   Sólo algunos despistados permanecían  sentados en las mesitas bajas, lejos de la reunión y ajenos a lo que allí se cocía.
Federico captó el deseo de la comunidad.
-Sigue.  Acaba tu historia -ordenó en tono imperioso
El otro  no obedeció  inmediatamente.  Terminó  la cerveza  de un trago  y le  pidió a  Ernesto que  le sirviera  un whisky.   Esperó al whisky,  hizo   tintinear  los   hielos  sobre  el   cristal  agitando frenéticamente  el  grueso  vaso, probablemente,  percatándose  de  la enorme expectación que  su discurso causaba y,  entonces, cuando todos esperábamos oírle lo  que tuviera  que decir,  entonces, se  atizó un larguísimo trago de  whisky, así seguido, sin  pestañear. El silencio era absoluto y desde mi privilegiada posición escuché perfectamente el chapoteo de la lengua de Agustín.  Le imité con el manhatan y creo que Federico  nos  siguió  también.   De  los demás  no  puedo  decir  qué hicieron, si bebieron o no, porque uno no puede estar en todo.

(ésta más o menos breve, la siguiente no tardará tanto)
Blog novela, con zombies:


Últimos mensajes

Qué hago aquí? de Mskina
[Hoy a las 01:46]


Felicidades de YoYo
[Hoy a las 01:42]


Vuelven los gatos de Charlosp
[Hoy a las 01:39]


Inversiones: esquemas Ponzi, buy high sell low, el timo del value, etc de Mskina
[Hoy a las 01:37]


Adivina la película de Mskina
[Hoy a las 01:35]