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Deke intenta suicidarse al limitársele el número de palabras por post a cinco.

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Alt.NWB - Archivo 2: La Fortaleza

Iniciado por ayrendor, 05 de Abril de 2011, 01:16

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madison

#90
Recoger fruta caida. Estás seguro de que te has pasado unas cuantas de la que te acercabas al lago.


Descansar. Quedarse un rato más no hará mal a nadie.

Minerva

#91
Recoge fruta y vuelve al refugio patán, ahora te vas a poner a rescatar a un conejo para que se te hunda el lago

En el peor de los casos descansa un poco pero noooo, tu recoge fruta y vuelve xD

raul_isl

rescatar al conejo y despues recoger fruta.

Porque? porque si restacas al conejo no puedes caerte si despues tienes que ir a recoger fruta :gñe:

Lance


Mime

Recoger fruta caida. Estás seguro de que te has pasado unas cuantas de la que te acercabas al lago.

Rescatar al conejo. El hielo es grueso, no se romperá. Además el conejo esta bien cerca de la orilla.

El tipo

Rescatar al conejo (cuanto a que resulta ser el de Maya) y pescar una pulmonía


Descansar

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ayrendor

CitarDecides, lo cual con tu situación no es poco.


Sean se levantó de su improvisado asiento con dificultad, y cogió aire con renovadas fuerzas. Moverse suponía un esfuerzo titánico contra el dolor. La misma orilla del helado lago se encontraba cubierta de escarcha, que producía crujidos al presionar sobre ella, y hacia peligrar la estabilidad de los pies del chico. El conejo se había paralizado al notar la presencia de Sean. Tener un ser humano cerca, evidentemente, no le producía confianza. "Tendrás que soportarme un rato si quieres salir de aquí pequeño", pensó para si mismo. El primer paso fue, como él había esperado, el más difícil. El hielo crujió bajo sus pies pero no cedió. El siguiente fue la prueba de fuego. Si se resquebrajaba bajo su peso caería al agua. En su actual situación, era improbable que consiguiera salir de allí vivo si eso sucedía. Estaba demasiado lejos del pueblo. Con suerte llegaría hasta la autopista, pero calculó que era la hora de cenar. Pocos vehículos estarían viajando a esa hora. En ese momento se dio cuenta de que llevaba casi dos minutos parado, tentando su fortuna sobre aquella resbaladiza superficie. Un paso, otro paso, y otro, y otro...

La peripecia duro alrededor de los diez minutos. El conejo no ofreció resistencia. Su débil cuerpo acepto el poco calor que los brazos de Sean podían ofrecerle. Regresar a la orilla supuso un mayor reto. Sin los brazos para mantener el equilibrió tuvo que dar pasos muy cortos para no caerse. Mantuvo la respiración la mayoría del trayecto como si aquello pudiera hacerle más ligero. Finalmente, en el momento en que piso la orilla, le entraron ganas de agacharse para besar el suelo. La idea se desvaneció rapidamente al darse cuenta de que corría grave peligro de caer si lo intentaba. Ahora que el animal estaba a salvo podía volver al refugio. De camino recogería fruta para poder alimentarse. Allí habría tiempo para descansar.

Los primeros intentos de recoger comestibles fueron infructuosos. La mayoría de lo que se podía recoger del suelo estaba podrido desde hace tiempo. Además, soportar el conejo estaba limitando sus movimientos. Decidió soltarle cubierto por su abrigo. Podría pasar unos segundos sin la chaqueta, la combinación de suciedad, barro y bajas temperaturas la convertía en un armazón que ponía trabas a sus movimientos. Como era de esperar sintió un par de escalofríos al hacerlo, pero su búsqueda fue más rápida y pronto encontró dos piezas que eran comestibles. Tendría que ser suficiente cena para aquella noche, si encima conseguía guardar algo para el desayuno, mucho mejor. Tenía la seguridad de que el día siguiente sería igual de duro que el anterior.

Fue al recoger al pequeño animal cuando todo empezó. La chaqueta estaba fría, demasiado fría incluso para una noche en Barrows. Pero aquello provenía del interior de la chaqueta. Sean destapó a la criatura para comprobar que había ocurrido. Lo que hacia unos minutos era un animal de sangre caliente, ahora proyectaba frío por todo su cuerpo. Sean movió su mano derecha con cuidado para tocarlo. El frío atravesó la yema de sus dedos hacia sus nervios produciendo una sensación nunca antes sentida por él. Se quemó con tal intensidad que dejo caer aquel fardo. El conejo se hizo pedazos al caer al suelo. Nada de aquello tenía sentido. El miedo invadió su cuerpo y trató de alejarse torpemente. Su cuerpo se precipitó contra el suelo. El terreno era ahora una resbaladiza trampa mortal que le hizo rodar dirección al tocón. ¿Como podía haber pasado eso de una forma tan rápida? Un dolor se instaló tras sus ojos, como una aguja clavada en su frente a gran profundidad. El zumbido que había conseguido alejar volvió con más fuerza. Se tapó los oídos y cerro los ojos con fuerza. No entendía que estaba sucediendo. Su cuerpo se sacudía involuntariamente con cada ráfaga de dolor. Y de pronto los hueso comenzaron a crujirle como si hubieran perdido su solidez. La piel comenzó a arderle como si estuviera en el centro de un gran horno. El aire se congeló en sus pulmones, pero eso solo fue el principio. A cada segundo que pasaba sentía un poco menos su cuerpo y un poco más el dolor. No tuvo tiempo para pensar en llegar a la autopista, lo cual de todos modos hubiera sido inútil. El asfalto se resquebrajo y las luces que la iluminaban reventaron. Tampoco pudo pensar en la seguridad de sus conocidos, ni en la venganza que sufrirían sus enemigos. De todas formas ellos estaban a punto de vivir un final similar. Quizá peor, pues aquella helada sobrenatural seguramente tendría efectos muy particulares sobre las edificaciones. Un final rápido y definitivo para la vida de todo ser de aquella zona.


Aquello era su final. El final de una vida triste, difícil y llena de errores. ¿Pero acaso no es toda vida complicada? ¿Acaso no hubieran caído otras personas en sus circunstancias en sus mismos errores? Nadie podía culparle por haber aprovechado las oportunidades que había tenido. Había jugado sus cartas como le fue posible. Sean sería olvidado, un cero a la izquierda en la historia de la humanidad. Pero el pueblo de Barrows no correría la misma suerte. Aquel lugar se convertiría en un recordatorio del principio de una nueva era. Un lugar de estudio donde comprobar como desatar las fuerzas de la naturaleza no puede traer nada bueno.

"Frío, hace mucho frío", eso fue el pensamiento que puso final a la historia de Sean el huérfano, ex-traficante de poca monta y bravucón. A partir de ese día ostentaría secretamente un nuevo título honorífico y terrible: Primera víctima de la Señal.




Cita de: Dogan 019Fin del Archivo 1...Almacenando....Cargando Archivo 2....


Cita de: Maxus en 17 de Marzo de 2012, 19:07Todos tenemos derecho a ser una personalidad de Ayr. Lo pone en algún sitio de la Constitución uhm

Sorry but you are not allowed to view spoiler contents.

raul_isl


ayrendor

#98
Redoble de tambores.....



Aquí se inicia el Archivo 2.


Cita de: Maxus en 17 de Marzo de 2012, 19:07Todos tenemos derecho a ser una personalidad de Ayr. Lo pone en algún sitio de la Constitución uhm

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ayrendor

El sol le sorprendió despierto. Nunca dormía demasiado desde el incendio. Cuando conseguía conciliar el sueño, lo cual ocurría cada vez con menos frecuencia, rara vez era profundo. Xerim decidió que lo mejor era comenzar el día lo antes posible y se reincorporo. La habitación no era muy amplia, pero a él le parecía que tenía el tamaño perfecto. Sus paredes estaban repletas de cuadros que representaban diversos fenómenos atmosféricos. Había desde paisajes desérticos castigados por los rayos del sol, a exuberantes junglas donde la lluvia era una cortina constante. El cuarto solo tenía tres muebles: la cama, un armario y una amplia mesa junto a la ventana. El estar situado en el segundo piso de la casa facilitaba que la luz penetrara con fuerza durante casi todo el día. De cualquier forma, Xerim evitaba usar aquel pequeño escritorio. No podía evitar sentir que estaba usurpando un asiento que no le pertenecía cada vez que se sentaba a trabajar allí. Aquella era su casa ahora, tenía que acostumbrarse a ello se decía una y otra vez. Pero esa era una de las cosas que era mucho más fácil decir que hacer.

Xerim cogió la ropa del armario y fue directo al baño. No era ni por asomo tan lujoso como el antiguo, pero era mucho más práctico. La casa contaba con un sistema de cañerías que no todo el mundo podía permitirse, el cual se complementaba con un aparato que depuraba el agua de lluvia para su posterior uso. Por otro lado, no todo eran maravillas. Para empezar carecían de un calentador y debían asearse con rapidez para no enfermar. Además, el sistema se obstruía con una facilidad pasmosa, precisando de reparaciones periódicas que suponían un boquete para su economía. Después de la corta ducha, Xerim se examino frente al espejo. Su piel pálida le otorgaba un aspecto fantasmagórico que ningún potingue podía disimular. Cualquiera que no le conociera podría suponer que tendría los problemas típicos de un albino, nada más alejado de la verdad, puesto que no era esa la anomalía genética que portaba. Su tersa y suave piel podía soportar grandes periodos de exposición al sol que serían mortales para alguien que careciera de sus especiales características. Tampoco sudaba con facilidad, solía mantener una temperatura corporal estable dependiendo del ambiente. El pelo era negro azabache y tenía una tendencia a crecer en direcciones extrañas. Él trataba de mantenerlo corto pero no siempre conseguía su objetivo. Su cabello no se dejaba cortar con facilidad, en ocasiones se endurecía desde la raíz hasta la punta convirtiendo en una tarea imposible el recortarlo. Los ojos era posiblemente lo que mas llamaba la atención de su rostro. Su iris era rojo como la sangre, la esclerótica carecía de esas características venillas que podías encontrar en la mayoría de los glóbulos oculares y el negro de las pupilas era diferente al común.  Aunque no era casual ver a personas como él en la ciudad, no era único en su especie. Sin ir más lejos, su hermana tenía una fisionomía similar a él.

Tras su pequeño examen se puso las gastadas prendas que había escogido. Predominaba el marrón y el negro típicos de los estudiantes del Geo. Sin embargo, como graduado Xerim había añadido unos toques de rojo que rompían con la monotonía. Salió al pasillo y paso frente a la puerta que permanecía siempre cerrada. Nunca habían encontrado la llave y habían prefiero no forzarla, haberlo hecho hubiera supuesto algo parecido a violar la privacidad de su antiguo habitante.  Llegó al fondo del corredor y dudo entre bajar las escaleras o llamar a la puerta de su hermana. Finalmente se encamino a la planta baja. Su hermana posiblemente había salido temprano y su relación no era la mejor del mundo en los últimos tiempos. Desde que perdieron la casa se habían alejado el uno del otro paulatinamente hasta apenas comunicarse entre ellos. Los pocos encuentros se tornaban tensos y desagradables. Xerim creía que lo mejor era dejarlo pasar, el tiempo acercaría el abismo que les separaba.


La planta baja estaba compuesta por una amplia cocina, un baño bastante mayor que el del piso superior y un despacho.  Era la cocina lo que ocupaba la mayor parte del espacio. No le daban mucho uso, ya fuera por sus apretadas agendas, o sus escasas habilidades en los fogones.  A la hora de desayunar solían tomar algún cereal de bajo coste. No era un desayuno muy sabroso, pero si alguno deseaba algo más consistente sabía donde encontrar numerosos puestos improvisados que ofrecían aperitivos a precios asequibles. Aquella mañana su estomago no parecía muy propenso a permitir la ingesta, así que Xerim decidió pasar directamente al despacho después de mascar un pequeño trozo de cereal.
Era sin duda la sala más elegante de toda la edificación. En sus paredes había estanterías repletas de volúmenes ordenados por temáticas. Había libros de biología, química, literatura y otros temas mucho más extraños. También había algún bestiario encuaderno en pieles exóticas. Un par de tapices decoraban las únicas dos porciones de pared que permanecían desnudas. Uno de ellos representaba la leyenda de Élekos, y el otro representaba la destrucción de la ciudad de Pladea. Cuando era pequeño, mucho antes de comprender la magnitud de lo que representaban aquellas escenas, había jugado a recrear aquellos sucesos de leyenda. Solía interpretar algún papel secundario del tipo de Edel "el Sabio" o Ambred "la Serpiente", ya que su destreza con las armas era nula. Su hermana siempre había sido mucho mejor que ella en casi todas las ramas del conocimiento y del combate. Ese había sido uno de los motivos por el que su padre y él nunca habían tenido una relación estrecha. 

La superficie de la sala estaba ocupada por un escritorio amplio y una gran mesa central repleta de papeles, mapas y bocetos. Él y su hermana no se habían molestado en darles un orden. Al principio fue un símbolo de que mantenían la esperanza de que regresaran sus legítimos dueños. Con el paso del tiempo aquel símbolo se convirtió en una especie de legado que ninguno de los dos estaba dispuesto a profanar.  Cuando alguno de los dos tocaba uno de los documentos se molestaba en devolverlo a su posición original con sumo cuidado. Xerim se dirigió con paso firme al enorme escritorio. Su madera había recibido un cuidado tratamiento para permanecer impoluta a pesar del paso de los años. Sus cajones y bordes habían sido labrados con motivos florales. Él no era capaz de identificar la madera de la que estaba fabricado pero no había visto ninguno parecido en los despachos de los altos cargos del Rombo. Posiblemente había sido transportado desde algún lugar lejano como un encargo personal.
Sobre la pulida superficie había dos marcos de fotos bastante diferentes. El más pequeño era de pino común, y era evidentemente más antiguo que el otro. La foto representaba a un hombre joven de rasgos afilados,  pelo castaño oscuro y barba de chivo. Sus ropas de viaje unidas al paisaje salvaje que le rodeaba revelaban que era un explorador. Había posado como una sonrisa enigmática que remarcaba su aspecto de aventurero. En la parte baja del marco había una placa que ponía rezaba "Eujen" junto a unos números que indicaban las coordenadas donde había sido realizada la imagen. Xerim no recordaba a su abuelo, había muerto cuando él apenas tenía dos años, pero el parecido era indiscutible. En aquella captura no debía tener muchos más años que él. El otro marco había sido fabricado en algún material similar al granito. La foto que portaba había sido realizada en aquella misma habitación, y en ella aparecían tres hombres a los que la vejez había comenzado a erosionar. Los tres habían ejercido el papel de abuelo, e incluso en ocasiones de padre, con él. A la derecha, con una mata de pelo color nieve abundante, estaba el más tranquilo del trío. Su nombre era Gohvewán, era el más viejo de los tres y su cuarto era el que ahora ocupaba su hermana. En el lado izquierdo estaba Jinu, sin duda la persona del grupo que más éxito había acumulado a lo largo de su vida. Había sido uno de los miembros de más renombre del Rombo hasta su injusta destitución. Xerim lo recordaba como una de las personas más bromistas y optimistas que había conocido. El escritorio, al igual que la habitación donde Xerim dormía, habían sido suyos. Por último, en el centro y con gesto adusto se encontraba Úthrer. Nunca había sido muy dado a la amabilidad pero sabía cuando debía ser delicado. Durante su juventud fue un excelente soldado pero, a pesar de sus esfuerzos para adiestrar a Xerim, nunca había conseguido volverle un espadachín decente. Él había sido la figura de autoridad que equilibraba los caprichos que Jinu y Gohvewán les prodigaban. Esa había sido la principal motivación por la cual no habían tratado de forzar la cerradura de su puerta. En muchas ocasiones los extrañaba. Tanto la dureza de Úthrer, como la condescendencia de Jinu, eran cosas que nunca se preparó para perder. En ocasiones le costaba asumir que ya no los volvería a ver nunca.


Para cuando se quiso dar cuenta había gastado más tiempo del que poseía allí sentado. Los recuerdos del pasado le abotargaban la mente y los sentidos. Siempre había tenido el don para aislarse del mundo con facilidad, en ocasionas esa habilidad se tornaba una maldición. Rebusco en el primer cajón en busca de su propósito inicial al ir al despacho. En unos minutos logró encontrar aquel esbozo de mapa que había realizado con sus escasas dotes para el dibujo. Lo aparto y prosiguió su búsqueda de aquella lista escrita hace días en su última búsqueda en la biblioteca. Cuando la localizó se dio cuenta de cuanto de mal se le daba escribir en la oscuridad. Con esfuerzo pudo descifrar lo que había escrito con trazados temblorosos. Guardó ambas hojas en una pequeña carpeta cuarteada por el uso y salió de la habitación. No podía permitir retrasarse más tiempo así que apuró el paso. Reviso con premura el contenido de la bandolera de piel que utilizaba para transportar objetos diversos. Pronto debería ir a comprar nuevos materiales para hacer las transmutaciones básicas. Se la colgó del hombro, la ajusto y abrió la puerta. La luz le cegó durante unos momentos.  El pensamiento de que le esperaba un día largo se cruzo por su mente. Se resigno, suspiro profundamente y abandono su hogar para dirigirse a su destino.


Cita de: Maxus en 17 de Marzo de 2012, 19:07Todos tenemos derecho a ser una personalidad de Ayr. Lo pone en algún sitio de la Constitución uhm

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