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Alt.NWB - Archivo 2: La Fortaleza

Iniciado por ayrendor, 05 de Abril de 2011, 01:16

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ayrendor

#230

-¿Qué coño hacías ahí dentro? – le preguntó el marinero.

Xerim no sería capaz de responderle a esa pregunta ni siquiera cuando el barco ya se alejaba del muelle. Apenas podía recordar con claridad lo que había pasado en el interior de la tasca. Probablemente no hubiera salido del edificio si el hombre de Bródoli no le hubiera empujado a través de la ventana. Todo el camino de vuelta a la embarcación había sido guiado por el marinero a contracorriente de los curiosos que se dirigían hacia la pelea. Ya protegidos en la vacía cubierta del barco, el hombre trató de examinarle en busca de heridas profundas. Desistió al minuto cuando comprobó la rigidez corporal del alquimista. A partir de entonces se limitó a asegurarse que nadie se aproximaba a saquear aprovechando la situación.

El barco partió a la hora estimada. Había dos hombres heridos de la tripulación, aunque ninguno de los dos sufría laceraciones graves. La voz del capitán de la embarcación le llegó cuando se habían alejado lo suficiente de la costa. Al parecer los motivos por los que se inició la tangana no estaban claros. La guardia datarana presente en Puerto Cloaca había arrestado, entre otros, al herrero y a varios nómadas que se enfrentaban directamente a él. Kreim había tumbado a varios de ellos, junto a algún que otro marinero que se había interpuesto en el lugar equivocado, antes de ser reducido por los soldados. Estaría un par de días en los calabozos antes de ser liberado. Xerim, aliviado por esa información, aflojó la presión que había estado ejerciendo involuntariamente en sus manos. Fue en ese momento cuando se dio cuenta de que aun tenía la bolsa del herrero agarrada. No la había soltado en todo el trayecto, ni en la pelea, ni en el barco. Al menos no se había ido de aquel lugar con las manos vacías.


El fin del traqueteo de la cadena le avisó de que habían llegado a su destino. Los marineros comenzaron a bajar del cascarón metálico y de nuevo Xerim se vio arrastrado por su salvador hacia los oscuros túneles de las alcantarillas. Todos estaban sumidos en el máximo silencio. La imagen mental de ellos circulando por aquel subterráneo le recordaba a los mineros de las lejanas montañas al Oeste. Poco a poco el grupo fue reduciéndose a medida que se encontraban con bifurcaciones en el camino. Al final solo quedaron cuatro hombres andando por los solitarios túneles. Xerim y su acompañante se detuvieron en un pasillo que el alquimista creía recordar de aquella misma mañana. Los otros dos continuaron su camino.

-Hasta aquí hemos llegado chico – dijo el marinero-. Tienes que retroceder a la anterior bifurcación y girar a la izquierda. Saldrás por donde has entrado. Buena suerte.

Cuando aquel hombre, que indudablemente le había salvado de una buena paliza, se alejaba ya lo suficiente para empezar a ser solo una sombra, Xerim rompió su mutismo.

-Gracias – exclamó todo lo alto que pudo. Si hubo respuesta, no la escuchó.


La ciudad parecía haber vivido un día absolutamente normal en ausencia de Xerim. Después de tantos años sin abandonarla la experiencia del viaje había sido tan estimulante como agotadora. Nada deseaba más que irse a su casa a dormir, o al menos intentarlo con todas sus fuerzas. Sin embargo, tenía que informar a Veldro de lo que había averiguado en aquellos dos días. Los ciudadanos se apartaban cuando el alquimista pasaba junto a ellos. Xerim dedujo que debía oler a mierda después de estar en Puerto Cloaca durante todo el día. Comenzaron a arderle los pies cuando apenas llevaba la mitad del camino. Si se paraba, posiblemente sus pies se negaran a seguir sufriendo. Cuando llegó hasta su objetivo, los milicianos de la entrada de la Torre de los Astros le permitieron pasar sin problema alguno. El alquimista pudo comprobar que le miraron con una cara entre la compasión y el miedo. Xerim no podía imaginar cual era el motivo, pero tampoco tardaría mucho en averiguarlo.

Se la cruzó en el pasillo del primer piso. Ella iba con un traje de combate negro, uno de los que utilizaban cuando entrenaban con su padre. A pesar de su pálida tez, la falta de luz por los corredores de la ruinosa torre la mantenía envuelta en oscuridad. Sus ojos como teas ardientes eran lo único que podía distinguirse de lejos, pero él estaba demasiado cansado como para advertir su presencia hasta que la tuvo en frente. Sus miradas se cruzaron durante unos interminables segundos. Xerim trató de comprender que había en la mente de ella, siempre tan ausente e independiente. Savage le miró con reprobación, como se mira a un cachorro que no sabe hacer las necesidades en el lugar adecuado. Luego le tendió la mano, un gesto tan impropio de ella que a Xerim casi le asustó. Pero no había ninguna intención de hermandad en aquel gesto. Los siguientes movimientos ocurrieron en cuestión de instantes. Ella intentó luxar el brazo de su hermano, y él se revolvió como había aprendido de su progenitor. Para cuando había conseguido una posición de ventaja respecto a ella, Savage movió sus piernas con intención de derribarle haciéndole perder el equilibrio. Estuvo a punto de conseguirlo, Xerim bloqueo el golpe y lanzó su mano directa al hombro de ella. Fue inútil, de nuevo le había ganado la posición y como resultado de una llave acabó estampado contra la pared.

-Estás herido, eres lento y encima hueles mal – dijo ella posicionada aun para continuar el combate.

-Yo también te quiero hermana. He tenido un día largo, déjame terminarlo.

-Ve pues, seguro que el Hurón es mucho más adulador que yo. Pero hagas lo que hagas – puntualizó antes de permitir a Xerim avanzar-, no te conviertas en otra pieza de su tablero. He oído que has estado haciendo negocios con él.

-Savage – respondió él tras un largo suspiro-, se lo que me hago. No tienes que andar tratándome como si tuviera doce años.

Ella le miró con dureza. Era una mirada que también tenía su madre. Una mirada transmitida de generación en generación que quería indicar que alguien estaba profundamente equivocado.

-También he sabido por Moritaka que denegaron tu proyecto en el Geo – continuó ella, ignorando las quejas de Xerim-. Así que imagino que has tratado de venderle la burra al manipulador de Veldro. Es tu trabajo, haz lo que quieras con él, pero se cauto.

-¿Algo más? Creo que aun no me has dado ningún consejo sobre mi alimentación – dijo con sorna él para intentar librarse de la perorata.

-Tómatelo como te apetezca. Por suerte, o por desgracia, somos familia. Y según las últimas noticias que he tenido, sigo siendo la mayor.

Ambos se desafiaron con la mirada.  No podían evitarlo, era verse y ponerse a discutir. Xerim no podía recordar cuando exactamente aquellas continuas riñas habían comenzado. Después del incendio y antes de mudarse a la casa de los amigos de su abuelo, eso seguro. Savage esta vez fue la primera en apartar la mirada para largarse. Xerim no pudo contenerse, antes de que se hubiera alejado grito.

-¿Sabes cual es tu problema? Piensas que siempre tienes la razón. Estas ciega ante la opinión de los demás.

Ella se detuvo a mitad del camino. Xerim observo como apretaba los puños antes de girarse y responderle.

-Al menos yo me guio por mis ideas – dijo llevándose la mano hacia el corazón.

Tras eso dio media vuelta y se alejo escaleras abajo. El alquimista se quedo solo escuchando los pasos alejándose de él. No quería pensar, no podía permitirse dudar ahora. Había un plan rígido en su cabeza que debía ejecutarse con orden. Primero, dar informe a Veldro. Segundo, comprobar el balance de años. Tercero, descansar. Y luego pensaría, reflexionaría y actuaría en consecuencia.  


Cita de: Maxus en 17 de Marzo de 2012, 19:07Todos tenemos derecho a ser una personalidad de Ayr. Lo pone en algún sitio de la Constitución uhm

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Día 6

PdM – 6.

Tareas Obligatorias

Visitar la "Torre de los Astros" [Cuartel de Veldro] – 6.

Visitar a Bródoli – 0.

Tareas Opcionales

A Puerto Cloaca

o Buscar al herrero.


Así termina el Día 6.


Cita de: Maxus en 17 de Marzo de 2012, 19:07Todos tenemos derecho a ser una personalidad de Ayr. Lo pone en algún sitio de la Constitución uhm

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#232
Interludio


Pista de obstáculos

La vida de Sócofon había sido una maratón continua plagada de lodazales, pozos y empinados montículos. Aquella gran habitación en la que se encontraba solo era uno de los últimos desniveles que se había encontrado durante su experiencia vital. Desde la pasarela situada varios metros sobre el suelo podía observar con comodidad como sus pupilos intercambiaban golpes. Las sesiones de entrenamiento por norma general eran largas y arduas. No siempre todos los aspirantes a soldado conseguían volver a casa ilesos. Pero todos los allí presentes eran conscientes de que aquello era más grande que lo que la guardia datarana pudiera haberles ofrecido nunca. Sócofon era muy exigente, pero aquella era la única manera de alcanzar los objetivos marcados. Y si echaba la vista atrás podía ver como él mismo había sufrido esa máxima en numerosas ocasiones.

Sócofon nació hace menos de cincuenta años, y seguramente hace mas de cuarenta, en algún punto mucho más al Este de su actual ubicación. Guardaba un vago recuerdo sobre su madre. Era una mujer de largo cabello negro y voz dulce que le cantaba cada noche antes de irse a dormir. La tienda en la que pasó sus primeros años era grande y lujosa, pues grande era la fama de guerrero de su padre. No atesoraba ningún recuerdo de él, hecho que le atormentaría durante años (incluso en la actualidad seguía carcomiéndole el espíritu). Cuando Sócofon tenía unos cincos años, su padre fue a la batalla para no regresar nunca jamás. A partir de ese momento su madre, su hermana y él convivieron en soledad durante un corto espacio de tiempo. El final de esa época fue el final de su inocencia.

Sócofon había tenido hermanos mayores aunque nunca había llegado a conocerlos. Todos murieron o renegaron de su padre mucho antes de que él fuera capaz de entender la palabra "honor". Indefensos económicamente tras la desaparición de su padre, pasó poco tiempo antes de que su madre se viera forzada a casarse de nuevo. Neiim era un hombre de negocios muy poderoso que era amado y temido a partes iguales. Nunca trató mal a su madre, la cual vivió hasta su último día feliz, aunque no se podía decir lo mismo respecto a Sócofon y su hermana Navam. Desde temprana edad ambos habían demostrado grandes aptitudes en diversas artes de batalla. Neiim decidió que explotarlas al máximo era el camino que ambos debían seguir. Durante diez años Sócofon se formó en el uso de las armas apartado de todo contacto humano que no fuera el de sus maestros. Cuando tomó la insignia del ojo abierto, símbolo de la compañía comercial de Neiim, era casi un maestro en el manejo de distintas armas y un sobresaliente estratega. Sirvió como guardaespaldas personal del líder de la compañía comercial, y esposo de su madre, durante un periodo de unos cinco años. Podría mentir y decir que fueron malos años llenos de viajes y muerte, pero la verdad era que comió, bebió y folló hasta hartarse de ese tipo de vida. Esa era otra herida abierta en su alma, ninguna de las muchachas que llevó a su cama durante su juventud se dedicaba a la prostitución. No sabía cuantos vástagos había dejado por el mundo, a cuentas mujeres había dejado con un bastardo y sin dinero para cuidarlo. Pero esa vida se terminó en el momento en que se reencontró con su hermana casi quince años después de la última vez que la había visto.

El asesinato es un arte refinado. Eso fue lo que aprendió cuando volvió a ver a Navam. Toda la brutalidad que había desencadenado personalmente hasta ese instante no merecía ese calificativo. Su trabajo se acercaba mucho más a lo que alguno de sus compañeros denominaba "cirugía innecesaria", un brazo amputado por allí o un pie cortado por allá. En ocasiones era una técnica radical cuando lo que se separaba era la cabeza de los hombros. Sin embargo, lo que Navam había aprendido durante sus años de formación era mucho más sutil. Envenenar, cortes limpios cauterizados, muertes a distancia y tortura eran solo el principio de un largo temario. Neiim les había criado para ser su brazo ejecutor y ellos se habían empapado del arte de segar vidas. No obstante, había una gran diferencia entre ellos. Mientras Navam había podido lucirse a fondo durante sus años de servicio, Sócofon se había visto limitado a cumplir las órdenes del comerciante. Podía contar con una mano el número de veces que había desencadenado parte de su potencial, y le sobrarían dedos. Ese hecho desencadenado su salida de la compañía y su entrada al mundo de los soldados de fortuna. Sin previo aviso, y tras raparse el pelo para no ser reconocido, ensilló su caballo para abandonar la amplia ala protectora de su padrastro.

Los años siguientes los pasó sirviendo a diferentes señores, con diferentes motivaciones y diferentes estilos. En el fondo eran el mismo perro con diferente collar. Todas aquellas personas ambicionaban algo por lo que estaban dispuestos a sacrificar las vidas de otros hombres. Sócofon adquirió un gran botín batalla tras batalla, lo cual es algo recalcable en una era carente de ejércitos absolutamente leales a sus dirigentes. Precisamente cuando servía a uno de esos hombres, su memoria le decía que ostentaba alguna clase de título que no alcazaba a recordar, la mitad de la fuerza armada se volvió contra sus propios compañeros. Salió bastante bien parado del motín teniendo en cuenta que el hombre que había cubierto su flanco derecho fue abierto en canal desde la garganta hasta la cadera. Lo único que impidió que perdiera la vida el bando de leales fue vencido fue que tenía la costumbre de no llevar la totalidad de sus riquezas con él. Poco tardó un pequeño grupo en separarlo de la totalidad de los rehenes en busca de un mayor botín. En el momento que estuvo seguro que nadie podía alcanzarles, no le costó deshacerse de sus ambiciosos captores. Aquello no le amilanó, siguió peleando por las causas que creyó justas durante muchas más estaciones.

Con el paso del tiempo decidió que la vida de soldado a tiempo completo no le colmaba. A partir de entonces, con casi treinta solsticios a sus espaldas, se dedicó a trabajos pequeños que duraban cortos periodos. El equipamiento nunca fue un problema, tenía piezas de armaduras y armas suficientes para montar su propio regimiento. Durante uno de sus numerosos trabajos para la Compañía Salamandra, en el cual coincidió con Navam (que llevaba ya años trabajando por libre), le llegó la noticia de la muerte de Neiim y su madre. La defunción no le entristeció, demasiados años solo como para sentir dolor por esos dos desconocidos, e incluso le alegró saber que su hermana ahora no estaría vinculada de ningún modo a la compañía mercantil. Poco después de aquel momento fue cuando recibió el regalo de cicatriz que atravesaba su frente, cortesía de un espadachín que pudo disfrutar de la visión de la marca durante pocos minutos. También en ese lapso de tiempo fue cuando se ganó el apodo de "espada mellada" tras vencer un combate con un arma que cortaba menos que un palo de madera. Pero toda etapa ha de llegar a su final. En esta ocasión fue un final dramático como nunca antes había vivido el soldado. Sócofon presenció como Navam caía abatida bajo una lluvia carmesí de flechas durante un asalto planificado por él mismo. Sobra decir que ninguno de los defensores sobrevivió a la ira de Sócofon "espada mellada" y sus compañeros. Aun se cantan canciones sobre aquella batalla en las poblaciones que rodean las ruinas.

Tras el nefasto final de Navam, la única alma gemela que había encontrado a lo largo de su vida, se sumió en una profunda depresión. En muchas ocasiones, Sócofon, había postergado una conversación sobre su madre y el origen de la extraña espada que ella portó hasta el día de su muerte. Ahora toda la información que ella había querido transmitirle se iría a la tumba junto a la espada. Consideró quedarse la tachi, que era el nombre que ella usaba para referirse a su arma, un par de ocasiones pero por mucho que guardaba numerosos recuerdos de ella empleándola, era incapaz de comprender la mecánica del singular estilo de combate.
Navam descansaría toda la eternidad en el panteón de la Compañía Salamandra, puesto que se había ganando ese honor tras muchos años de servicio. Con ella se quedaría parte de la vida de Sócofon y otro fragmento de su alma. El cuerpo se negó a permanecer en las tierras en las que había vivido. Emigró al Oeste, hacia los amplios desiertos y paramos. Lejos del verde apagado de la hierba y las rocosas elevaciones surgidas como de la nada.



Hace siete años, o eso decía Veldro, él estaba en una pequeña ciudad al Noreste de la Torre Datar. Extraoficialmente se había retirado, tan solo actuaba cuando creía realmente que el asunto merecía su completa atención. En el Oeste se sentía muy cómodo, el cuerpo de rangers (inexistente donde él había nacido) se ocupaba de mantener allí el orden. Además, nadie reconocía su rostro y aparecía para importunarle en sus frecuentes momentos de reflexión. Claro está que eso solo duro hasta que el mismo Hurón entró en su tienda sin pedir permiso. Ante sus ojos llenos de interés saltando de objeto en objeto y su posición desafiante no pudo hacer otra cosa que no fuera reírse. Portaba por aquel entonces su característico machete y un estoque de hoja muy fina. Sócofon calculó que podría partirlo en dos mitades idénticas sin despeinarse. Meses después sabría que habría muerto antes de ponerle un dedo encima. El ex-soldado iba a despacharle rápidamente cuando observo el símbolo del jubón de cuero. El ojo abierto de Neiim adornado con dos alas de pájaro. Ese viejo recuerdo fue suficiente para despertar su interés.

-¿Quién eres? – preguntó con verdadero interés-. ¿Qué quieres? ¿Quién te envía?

-Muchas preguntas para tan poco tiempo. Dejémoslo en que soy un amigo – respondió él sonriendo. Sócofon lo examinó detenidamente. Nunca lo había visto antes, ni siquiera a nadie que se le pareciera, durante sus años de trabajo para la compañía de su padrastro-. Y no tienes de que preocuparte, vengo por mi propio pie. Y no me agrada este jubón más que a ti – añadió al notar la repulsión y desconfianza que estaba despertando en su anfitrión-. Pensé que llamaría tu atención mucho más si traía esta reliquia.

-Pues misión cumplida, delgaducho. Pero aun no me has dicho que pretendes viniendo a mi tienda.

Veldro no respondió inmediatamente. Primero caminó alrededor de alguno de los tesoros que él guardaba de su pasado. Sin que Sócofon fuera consciente, tocó en un par de ocasiones la empuñadura de su machete por menos de un segundo. Un gesto tan característico como incomprensible para él.

-Tengo un trabajo que ofrecerte – propuso finalmente-. Tengo jóvenes que tienen potencial para convertirse en un grupo militar. Tengo armas, instalaciones y presupuesto para formar una fuerza leal a mí como no se ha visto en bastante tiempo. Pero no dispongo de un tutor que les enseñe disciplina.

-Pues buena suerte en tu búsqueda. Yo no soy ese hombre – cortó él antes de permitir que siguiera con su cháchara.

-Supuse que dirías exactamente eso. Por eso te pregunto, ¿no hay nada que pueda ofrecerte a cambio? – cuestiono el Noble.

-¿Puedes devolverme lo que he olvidado? ¿Darme el conocimiento que nunca he tenido?

Ambos quedaron en silencio. El ruido del exterior era lo único que les mantenía atados al mundo.

-No puedo – sentenció Veldro-, al menos eso creo – añadió enigmáticamente-. Pero puedo darte un combate como el que nunca has vivido.

Sócofon soltó una carcajada que le salió de muy dentro. Le habían ofrecido muchas cosas a lo largo de su carrera, pero eso era algo nuevo. Y no se podía mentir a si mismo, le interesaba. Le interesaba mucho lo que aquel tipo podía hacer contra él.

-No aguantarías ni dos segundos contra mi espada – dijo poniéndose en pie. Le sacaba casi dos cabezas a aquel larguirucho.

-Bueno, eso habría que verlo – añadió sonriendo-. No obstante, no es contra mí con quien tendrías que enfrentarte. Kelquo, entra.

La cortina que servía de puerta se hizo a un lado para dejar entrar al imberbe joven de ojos verdes. No podía tener más años de los que él tenía cuando abandonó su trabajo para Neiim. Vestía ropas amplias de un estilo poco común tan al Oeste, aunque el desgaste parecía indicar que eran heredadas. Y por encima de su hombro podía ver una empuñadura como solo había visto en otra ocasión. Aquella espada era otro demonio del pasado, era del mismo estilo que la tachi de Navam. Aunque eso no era del todo cierto, había pequeñas diferencias que solo un ojo entrenado podía apreciar.

-Lucharé contra él – afirmó Sócofon excitado ante la idea de ver si había mas semejanzas entre su difunta hermana y el chico.

-¿Y si pierdes serás mi instructor? – preguntó el Hurón que parecía altamente contento con la reacción de él.

-Si pierdo puedes llevarme al infierno si te place – dijo él como respuesta. Quería pelear con el muchacho, y cuanto antes ocurriera mejor.


El combate se realizaría veinte minutos más tarde. Como escenario se despejo una zona a unos treinta metros de la tienda. Sería un espacio considerable para desarrollar el combate. El chico, Kelquo creía haber dicho que se llamaba, emplearía únicamente su katana. Sócofon se maldijo una vez más por haber perdido aquella necesaria conversación con su hermana. Seguramente ahora sabría que relación podía haber entre ella, "ellos" se corrigió automáticamente, y aquel muchacho. Sócofon por su parte emplearía el espadón con el que se había encariñado en sus últimos tiempos, y un amplio escudo en el que se había pintado un murciélago del que apenas quedaban trazos. Probablemente se estaba excediendo y aquello durase apenas un par de minutos, pero estaba realmente emocionado.

La punta de la espada descansaba contra el suelo mientras esperaba a su contrincante. Él joven no se hizo de rogar, apareció un par de minutos antes de lo acordado. Alrededor de ellos se habían ubicado curiosos que nada tenían que hacer, o que habían conseguido escaquearse de sus deberes. Sócofon no quiso esperar, avanzo directamente hacia su rival preparado para atacar. El primer movimiento fue un tajo desde arriba. Su rival retrocedió para evitarlo y se desvió a un lado justo a tiempo. A media bajada de su espadón había detenido su avance y lo había transforEl calor comenzaba a ser una losa que pesaba más que su armadura. Y la edad, que mado en improvisado ariete. Kelquo no perdió el tiempo y desenfundo su katana con un movimiento limpio. Su hoja se deslizo por el escudo de su rival para volver a una posición de descanso. Sus miradas se cruzaron desafiantes. A partir de entonces, el combate se convirtió en el juego del gato y el ratón. Sócofon acosaba con sus rápidos golpes a su joven contrincante, mientras él retrocedía, se deslizaba y golpeaba sujetando su katana con ambas manos. Definitivamente el estilo se parecía al de Navam poderosamente. La forma de tentar al rival era algo más cauta, pero era cierto que el tal Kelquo era algo más lento que su desaparecida hermana. Las técnicas de defensa eran idénticas, el arma de él no aguantaba los golpes directos de la potente arma de Sócofon. Cada vez que sus hojas se encontraban, Kelquo, acababa retrocediendo unos pasos mientras interponía su hoja para desviar la de su enemigo el espacio preciso. De esa forma los dos minutos que había planificado para el combate se convirtieron en media hora.

El calor comenzaba a ser una losa que pesaba más que su armadura. Y la edad, que normalmente no era un problema, se estaba convirtiendo en un hándicap para Kelquo. El joven se movía como si recién hubieran empezado a intercambiar movimientos. Si seguían así iba a caer exhausto antes de derramar la primera sangre. Por eso Sócofon decidió tentar con un agujero en su defensa a su rival. Sería lo justo para tenerlo cerca y alcanzarle con la punta. Todo parecía ir a pedir de boca en los primeros momentos del plan. El joven se acerco y trato de dar un golpe horizontal en su rostro, pero Sócofon ya había medido la distancia y la hoja ni siquiera le rozó. Entonces Sócofon descargo el golpe desde arriba, directo al hombro derecho puesto que el joven le daba la espalda tras su arriesgado movimiento. Para su sorpresa se encontró con la katana a medio camino. Kelquo había alzado y flexionado ambos brazos para situar la hoja cubriendo gran parte de su espalda. Fue una defensa desde atrás que no se esperaba. Y mucho menos pensaba que las habilidades de aquel joven estaban acorde con su temeridad. En un complejo movimiento circular cortó las tiras que unían el escudo al brazo antes de recuperar la posición de descanso a varios metros del soldado. La herramienta de protección se desprendió con un sonoro "clonk". Sócofon agarró el espadón con ambas manos. Ahora sería un duelo puramente de habilidad.

Las tornas cambiaron radicalmente a partir de ese momento. Kelquo, que hasta entonces había sido un ratón, se convirtió en un astuto y ágil gato. Sócofon se vio relegado a un segundo plano. Podría haber vencido a cualquier estilo que conociera, pero nunca había alcanzado a comprender la mecánica de esa técnica y la cosa no había cambiado. Por eso, tras un movimiento que bien podría haberle cercenado una de sus arterías si Kelquo hubiera querido, decidió que el combate había llegado a su fin. Clavó la espada en la tierra y respiro aliviado. Kelquo por su parte devolvió a su saya la katana con la facilidad con que un carpintero talla una silla.

-Dile al otro tipo que trabajaré para él – dijo entre jadeos-. Pero que no se te suba a la cabeza, con me hubieras vencido con otra arma.

-Su nombre es Veldro, muestra algo de respeto – puntualizó Kelquo antes de dar media vuelta e irse hacia donde estaba el Noble.



Su primera visita a la ciudad fue como ver a un pez fuera del agua. Pocas urbes de aquella extensión quedaban en el mundo conocido. Al menos en el conocido por Sócofon, que era más del que conocía la media. Veldro, el cual había abandonado su jubón a favor de ropajes menos llamativos, le había explicado su situación, puesto y "responsabilidades" en la ciudad. No era una situación fácil de asimilar, pero Sócofon era sumamente rápido adaptándose a los cambios bruscos. En primer lugar había descubierto que para su alegría el símbolo del Hurón era una garra que nada tenía que ver con el ojo de Neiim. También supo que Kelquo era el único alumno totalmente formado del grupo que Veldro pondría a su disposición. Saber que el joven no era un simple aprendiz sirvió de bálsamo para su orgullo.

Poco después de entrar por la Puerta del Busto dos muchachos se encontraron con ellos tres. El mayor se cubría la cara con una máscara que le recordaba a Sócofon a la cabeza de un insecto de grandes ojos. La parte de la boca quedaba al descubierto, dejando ver unos labios blanquecinos a juego con su tez. Su pelo era muy rubio y estaba cubierto de algún ungüento protector. Junto a él había otro chaval más joven, este iba cubierto hasta el último rincón con un traje negro. Ambos se cuadraron ante su nuevo jefe de Sócofon antes de recibir órdenes.

-Kradel – dijo al más alto de los dos-, necesito que le mandes un mensaje a Donna y hagas reunir a los compañeros de Kelquo. Envía a Kya a alguna de las dos cosas, así estarán quedarás libre antes.

Sócofon no perdió de vista la reacción del pequeño acompañante del hombre de la máscara. Al escuchar el nombre de Kya se había revuelto. Indignación, supo leer el soldado.

-Creo que Kiyopsi esta listo para reunir a los leales mientras voy a buscar a Donna – respondió Kradel tras su máscara-. Se que mi hermana suele ser más ágil, pero él se ha estado entrenando fuertemente.

-Pues que lo haga él, tu conoces a tus hermanos mejor que yo – sentenció Veldro antes de despacharlos con un gesto de la mano.

Tras el pequeño encuentro prosiguieron su camino hacia "El Vestigio". Ver el aprecio que la gente le demostraba a Veldro en aquel barrio marginal fue una de las primeras señales que tuvo sobre lo acertado de su decisión. Quizá estar allí no era tan mala idea como había considerado en un principio. Además, siempre tendría el aliciente de conocer mucho mejor a Kelquo y su disciplina con la katana. En aquella primera visita, le llevaron a una sala muy parecida a donde se encontraba en estos momentos pero de menor tamaño. El acceso a todas aquellas zonas subterráneas estaba en un hogar aparentemente normal que ocultaba algún pasadizo. Si alguien hubiera intentado encontrarlas hubiera tenido un verdadero problema. En este caso, el hogar estaba ocupado por una mujer de oscuro pelo rizoso y gesto enfadado.

-¿Dónde demonios has ido? Tienes asuntos que atender. No te puedes escapar cada vez que quieras tomar el aire – le reprochó la mujer haciendo aspavientos.

-Han sido solo unas pequeñas vacaciones – contestó socarronamente -. Debía convencer a mi nuevo instructor de que justo aquí había el puesto de sus sueños.

-Pues mientras no estabas ha habido un problema con uno de los chicos de Allegro – dijo ella con tono serio.

-Querrás decir uno de los chicos de Casex – corrigió Veldro. Ella hizo un mohín a modo de respuesta-. Ahora él es el nuevo Noble para desgracia de todos nosotros. Había veinte chicos por delante de él. A cada cual más cualificados, pero ninguno tan jodidamente tramposo como él – explicó para que Sócofon comenzara a familiarizarse con los nuevos términos y rangos que iba a encontrarse.

-No, este es de los pocos de Allegro que siguen trabajando para él. Al parecer el tipo ha tenido una discusión fuerte con uno de los consentidos de Casex que ha acabado realmente mal. Están casi pidiendo su cabeza – dijo ella mientras se movía por la habitación haciendo gestos nerviosos.

-¿Y que quieres que hagamos? O mejor aun, ¿crees que merece la pena que intervengamos? – preguntó Veldro. Era evidente que empezaba a cansarse de toda aquella conversación.

-Es un buen chico. Uno de los más estimados por Allegro y un gran tirador. Su nombre era..., no lo recuerdo bien. Creo que empezaba por Ti...

-Tyfoid – intervino Kelquo-. Tiene mi edad, he jugado un par de veces con él antes de empezar el servicio. Si no es el mejor tirador de la ciudad, será cuestión de tiempo que sea considerado como tal.

-¿Sería una buena adición? – pregunto mirando al espadachín. Kelquo por su parte asintió con la cabeza-. Pues entonces haz lo que tengas que hacer Merice – dijo mirando a la mujer-. Tráelo a nosotros y hazle saber que estamos disponibles a ocuparle a tiempo completo.

-Bien, también tenemos que...

-No – añadió de forma cortante el Hurón-. Eso tendrá que esperar.

La mirada firme de él la hizo desistir. La mujer, Merice se recordó Sócofon a si mismo, se alejo del lugar murmurando maldiciones. Kelquo la siguió disimuladamente con su mirada color hierba. Había algo raro en esa mirada, aunque no podría confirmarlo hasta un par de años después. Cuando estuvo lo suficientemente lejos como para no escucharles, Veldro realizo un comentario por lo bajo.

-¡Mujeres!, las dejas entrar en tu casa y creen que puedan dirigir todos tus movimientos.

En esos momentos, mientras descendían a la gran sala, a Sócofon no le gusto nada el comentario. Esa mujer tenía el valor para dirigirse a su superior de forma desafiante, como mínimo merecía algo de respeto. No obstante, tardaría poco tiempo en darse cuenta que era una monserga vacía todo lo que Veldro decía respecto a ella. Merice era el pilar que sostenía unido a sus hombres y él lo sabía. Podría prescindir de todos, pero si ella faltase todo su organigrama se vendría abajo.



Los muchachos que le esperaban formando, si es que aquello se podía llamar formación, estaban impacientes. Sus edades iban desde muy jóvenes a casi adultos. Algunos, no necesariamente los más mayores, tenían una expresión de tranquilidad similar a la de Kelquo. "Esos son los que llevan mas tiempo" se dijo a si mismo. Los otros tenían expresiones que iban desde la rabia a la curiosidad. "Va a ser un trabajo muy largo" pensó mientras caminaba a su alrededor. Veldro intervino tras dejarle examinarles.

-Los que llevan mas tiempo pueden completar su formación con Kelquo – apostilló el Noble-. El resto están en tus manos. No hay duda de que llegarán más, así que si necesitas apoyo puedes recurrir a él – dijo señalando a su futura mano derecha-, o a mi y te enviaré a algún miliciano para que te asista.

-¿Cuándo habrá acabado mi trabajo?

-Cuanto tú quieras – dijo sonriendo-. No pondré ninguna pega si decides abandonar el barco. Aunque algo me dice que estarás muy satisfecho con el proyecto – finalizó al mismo tiempo que sonreía.

-Quiero conocer a su anterior instructor. Es mi única condición – exigió Sócofon.

-No puedes – respondió Kelquo con tristeza-. Úthrer se niega a mantener cualquier contacto con nosotros. Eres libre de intentarlo, pero yo no lo haría.

Sócofon meditó sobre la posibilidad de intentarlo. Luego recordó que ese hombre había entrenado al joven que le había machacado. Quizá no era tan buena idea, al menos no por el momento. Y con la decisión de evitar a Úthrer, desapareció la oportunidad de confrontar al antiguo instructor de Kelquo y preguntarle sobre el origen de las técnicas de su ex alumno. La siguiente vez que volvería a saber de él sería por motivos más aciagos.



Y así había empezado la última etapa de su vida. Siete años, aunque a él le habían parecido bastante más, entrenando a aquellos hombres habían sido toda una experiencia. Del grupo original de treinta reclutas habían surgido treinta ayudantes muy disciplinados y altamente eficientes. La totalidad de la fuerza armada era casi de trecientos efectivos en la actualidad. Sócofon se había vuelto uno de los hombres de confianza de Veldro tras tanto tiempo de duro trabajo. Y además había vivido cosas que nunca olvidaría, como disfrutar entrenando con Kelquo; discutir con Merice sobre política; reírse a carcajadas con las ocurrencias de Tyfoid; y jugar interesantes partidas con el pequeño Kiyopsi, el cual ya había despejado toda duda que el Hurón pudiera tener sobre sus habilidades de mensajero.

Ahora tocaba afrontar la etapa final de ese último obstáculo. Algo gordo se aproximaba, era cuestión de días que explotara. Y justo es en el epicentro estaría él con las trescientas espadas que había formado bajo su mando. Si fuera necesario, estaba dispuesto a morir. Sin embargo, había una gran diferencia entre esos tiempos y los que había vivido en el pasado. Ahora no estaba solo. Si tenía que saltar, lo haría acompañado de gente que confiaba en él. Si debía empujar, sentiría los brazos de sus compañeros en su espalda. Y si debía morir, moriría para reunirse con Navam y sería enterrado por sus amigos. Por su familia, la primera y única que había sentido como tal en toda su vida.


Cita de: Maxus en 17 de Marzo de 2012, 19:07Todos tenemos derecho a ser una personalidad de Ayr. Lo pone en algún sitio de la Constitución uhm

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Día 7

PdM – 26.

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Tareas Opcionales

• Visitar la Academia – 8.

• Recaba información de las guardias de la Tormenta en "Las Colinas" – 6.

• Visitar "La Feria" – 7.

• Visitar "El Vergel" – 7.


Se abren las votaciones.


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El cuerpo de Xerim no había estado tan magullado desde que se peleo con cuatro compañeros de prácticas en la academia. Por aquel entonces había recibido golpes menos potentes y más repartidos a lo largo de su cuerpo. Esa mañana, sin embargo, tenía un fuerte dolor en el muslo y en el omóplato entre otras partes de su cuerpo. El hormigueo de cansancio muscular era insoportable. Solo tenía ganas de quedarse en la cama y no moverse por el resto de la estación. No tenía nada roto, de ese asunto se había ocupado antes de acostarse la noche anterior. La dificultad de movimiento era causada solo por fracturas menores, nada de lo que tuviera que ocuparse un doctor. Si también le costara pensar se hubiera quedado en la cama todo el día. No obstante, Veldro le había dado el día libre para que lo aprovechara. Y si bien le iba a doler horrores, pensaba exprimir cada momento.

La casa estaba completamente vacía. Una vez más Savage se había largado mucho antes que amaneciera. Quizá ni siquiera había dormido en su habitación, Xerim juraría no haber oído nada durante la madrugada. El alquimista se dirigió directamente al despacho con paso torpe y cara de dolor mientras descendía por las escaleras. Su único deseo era calentar los músculos para prepararlos para la actividad cuanto antes y paliar las molestias aunque fuera temporalmente. La silla estaba dura y carecía de cojín, pero era mucho mejor que estar de pie.
Desde su encuentro con Savage el día anterior había comenzado a recordar a su padre. Nunca había sido un hombre atento y cuidadoso, en cambio les había dado herramientas para defenderse cuando él no estuviera. Xerim no había llegado a conocerlo en profundidad. Su padre era una figura distante que había ido desapareciendo de su vida paulatinamente con el paso de los años. El servicio con los rangers era el verdadero amor de su vida. Donna, su madre, aprendió a vivir con ello con el paso de los años. La  muerte de ella, y Xerim se atrevía a aventurar que algo antes, sus hijos no habían sabido, quizá ni siquiera podido, ganarse un lugar en la vida de él. Con esa idea en la cabeza Xerim cogió papel, pluma y tinta, y se puso a escribir.



-¿Qué se supone que tengo que hacer con esto? – preguntó Holibreo sosteniendo el sobre lacrado.

Xerim considero si su tío era la mejor opción para depositar su mensaje. Como era costumbre, le había recibido en el jardín de la casa de los Argaisten. Esta vez su único lazo con su padre se mostraba nervioso ante su presencia. El joven alquimista debía haberse cruzado con alguno de sus desconocidos familiares en la entrada, por eso Holibreo no le había recibido con la amabilidad habitual. 

-Lo que creas necesario – sentencio Xerim decidido-. Mándaselo a mi padre, o quédatelo hasta que regrese, si es que regresa algún día.

Holibreo parecía estar admirando las flores, aunque él estaba seguro de que en realidad solo intentaba disimular su tembleque. Xerim comenzó a sospechar que allí había algo más que el descontento de la rama familiar que habitaba en la casa.

-¿Por qué yo? – comentó casi tartamudeando- Existen muchos mensajeros eficientes que se la harán llegar.

-Confió en ti y eso es suficiente – respondió Xerim-. Y lo más importante es que contigo estará segura.

Holibreo se volvió hacia él compungido. Como un tic involuntario su mirada se desvió hacia algún punto de la fachada del caserón. Las sospechas del alquimista se confirmaron con aquel gesto. Les estaban vigilando en aquel mismo momento desde alguna de las ventanas de la casa. Xerim no pudo hacer más que sonreír, ya había previsto algo así. Si las cosas salían mal en el plan de su hermana sería cuestión de tiempo que empezaran a tirar de los hilos. El joven se acercó a su familiar y le dijo susurrando.

-Además, tiene un sello alquímico que no podrán romper – confesó con evidente disfrute-. Si lo intentan se quemará, y en ese caso encontraras dos copias en uno de los volúmenes de la Biblioteca. Mandarás a alguien a los sótanos a hablar con Sophos. Él tendrá sus propias instrucciones, así que espero no le perturbéis más de lo necesario. ¿Entendido?

-Si... – murmuró sin dar mucho crédito a lo que escuchaba.

-Ahora volverás a la casa y yo me iré. Les contarás que deje una carta para mi padre, les dejarás examinarla y les dirás mi advertencia sobre la seguridad – continuó mirándole fijamente-. También les contaras que eres mi única familia ahora mismo y que te tengo en alta estima. Que siempre me has tratado con bondad, has buscado mi bien y me has ayudado en lo que has podido – añadió mientras trataba de transmitirle tranquilidad a Holibreo-. Y lo más importante, no tendrás que mentir. Se que te pones nervioso cuando mientes y quiero que sepas que todo lo que he dicho es verdad. ¿Lo tienes claro?

-Cristalino – dijo él controlando sus espasmos involuntarios-. Xerim, no se que esta pasando pero ten cuidado.

-Descuida tío, estaré vigilando.

Xerim dio media vuelta y regreso por donde había llegado. Trato de mirar de reojo hacia la fachada trasera pero no tenía un buen ángulo de visión. Tendría que aguantarse sin saber quien tenía interés en él. No volvería a esa casa en al menos un par de meses si todo salía bien. Entonces se enteraría de quien controlaba a Holibreo y confrontaría a quien hubiera atemorizado a su tío.


Cita de: Maxus en 17 de Marzo de 2012, 19:07Todos tenemos derecho a ser una personalidad de Ayr. Lo pone en algún sitio de la Constitución uhm

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