La saga de los Avatares - Ascensión

Iniciado por Psyro, 06 de Mayo de 2009, 20:25

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EPI el Anonimo

Cita de: Gilles en 15 de Noviembre de 2009, 18:48
Ah, las denominaciones de tiempo...

un vuelo de águila, un paso de lobo o un trote de caballo se usaban antes para determinar espacios de tiempo cortos en trayectos conocidos.

Por ejemplo, en la saga de los Volsungos, se especifica que el reino de Burgundia cubria varias jornadas "a vuelo de águila", y que Miklagard, la capital del mundo (vamos, Bizancio) estaba a varios tiros de Mjolnir...

hazte una idea, la gente usa siempre nombres para cosas usuales, solo es pensar qué emplear para cada denominación.

También se utiliza el "vuelo de golondrina europea" y "vuelo de golondrina africana".
Saludos,
EPI el Anonimo

De Vacaciones

Como Escribir una Novela
Recuerda que el Mafia es sólo un juego
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Cita de: Calabria en 02 de Junio de 2010, 13:27
Nah, es curiosidad científica. Ya sabes, para estudiar al homo semper erectus

Psyro

Vale, aquí muere la discusión que esto desvirtúa mi hilo.

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Nuly

Gracias, Memmoch

"-Hoy estudiaremos el pentágono. (Profesora)
-¿Y mañana el Kremlin?... Digo, para equilibrar." (Mafalda)




Cita de: Ningüino Flarlarlar en 12 de Agosto de 2011, 12:08
Felicidades, Logan. Ya no tendré que darme prisa para contestarte los sms.

Psyro

Filion


-Se están escapando -anunció uno de los jinetes-. El anciano y la muchacha.
-Bah, y qué coño importa -contestó otro-. Tenemos al monstruo.
Sí, le tenían. Filion lo sabía demasiado bien como para no sentir miedo. Pero ahora lo único que podía hacer era intentar ganar tiempo.
-Nuestras órdenes eran claras. Debíamos acabar con el avatar y todos sus acompañantes. Hay que ir tras ellos.
-¿Qué clase de rey envía a treinta de sus hombres contra un grupo de cinco viajeros? -saltó el tharen- ¡Un anciano, una joven de quince años, un muchacho poco mayor! ¿Son esos rivales dignos de la compañía azul de su majestad? ¿O de la roja de Akneth?
-¡Calla, maldito demonio! Los que son como tú... deberían estar muertos, o encerrados.
-No digas eso -le replicó uno de sus compañeros-. No todos son...
-Son peligrosos –sentenció.
-Mi abuela era uno de ellos Y mi abuelo...
-Tu abuelo estaba loco por ella, todos lo sabemos. Y quizá en su lugar yo hubiera hecho lo mismo. En cualquier caso -añadió, señalado hacia Filion-, tenemos órdenes. Y ahora él debe morir.
-Podría convertiros a todos en velas -mintió el tharen-. ¿Estáis dispuestos  morir por vuestro señor?
-Si no lo estuviéramos, no estaríamos aquí.
El de Isdar no sabría decir de qué boca salieron aquellas palabras. Eran demasiados como para darse cuenta de quién hablaba en cada ocasión. Sin embargo, sí se fijó en que la expresión de muchos cambió al oír aquello. Puede que algunos estuviesen dispuestos a perder la vida... pero otros no. ¿Podría usar aquello en su favor, o empeoraría la situación aún más?
-"Sartash ya sabría qué hacer" -se dijo a sí mismo.
Y lo más seguro es que fuese cierto. Siempre había admirado la capacidad de su amigo para pensar a toda velocidad, incluso cuando la mayoría de la gente no podría más que echarse a llorar y rendirse. Apenas había tardado unos segundos en ponerse en marcha desde el momento en que Filion se bajó del caballo, pese a que era más que consciente de lo que suponía aquel gesto. Y sin embargo, ni un gesto, ni una mirada de dolor. El clérigo siempre era frío. Aunque deseara morirse, ocultaba sus sentimientos a la perfección. Como aquella vez, en Isdar...
Los recuerdos se agolparon en la mente del tharen, tan rápido que apenas podía asimilarlos. Quizá fuera cierto que tu vida pasa ante tus ojos cuando la muerte se acerca. Porque estaba claro que era eso lo que iba a ocurrir. Sólo unos minutos... y ellos se darían cuenta de que no era un avatar. Le matarían, sin duda. La superioridad numérica de sus enemigos abrumaba. Y después, irían a por sus amigos.
-Entonces ¿qué hacemos? -preguntó uno de los jinetes, quizá el que había hablado antes en primer lugar.
-No creo que los otros vayan muy lejos. Sus caballos no están hechos para correr demasiado. Los alquilaron en la ciudad.
-Y aunque no fuera así... son un anciano y una muchacha.
-Eh, que la putita casi me saca un ojo -protestó otro- Y se ha cobrado vidas con esa espada, sin duda.
-Pero está herida. No irán muy lejos.
Filion clavó sus ojos en el soldado que acababa de hablar. Sin darse cuenta, sus dedos apretaron con más fuerza el mango de su espada. Érica... había sido su compañera de juegos cuando era más joven. Después, cambiaron las espadas de madera por las de acero. El tío de las chicas no podía negarle el deseo de aprender a manejar el arma, pero sin duda sufría mucho con la idea de que su sobrina quisiese ser como los hombres que morían en su nombre casi a diario. El tharen se sentía en parte culpable de aquello. Cuando jugaban, siempre ganaba él. Y si se dejaba vencer, la muchacha se daba cuenta y corría para darle patadas. Filion tenía catorce años, y Érica ocho, pero lo que le faltaba en edad le sobraba de genio.

-Si me dejas ganar no mejoraré nunca -le solía decir- Y tengo que mejorar. ¿Quién va a cuidar de Dei si no? Es muy chiquitita.

Siempre había sido así. Tozuda, decidida. Fuerte, y segura de sí misma. Y cuando hablaba, pocos se atrevían a llevarla la contraria. Ni siquiera su tío, que había renunciado a sus esperanzas de casarla con algún otro poderoso señor de Athoria, como heredera suya que era. Sólo Dei  podía permitirse el lujo de no hacerla caso y salir más o menos impune.
-Eh, no me gusta nada cómo me mira -se lamentó el soldado- ¿No creéis que empieza a hacer más calor? ¡Dioses, vamos a morir!
¿Y cómo se encontraría Dei? Filion temía por ella. La muchacha siempre había sido la niña mimada del castillo, y no solo por su inusual poder. Siempre alegre, siempre riendo... Para él, era como su hermana pequeña. ¿Cómo iba a arreglárselas ahora que estaba sola?
-Lo mejor será que acabemos cuanto antes. -dijo otro- Somos diez contra uno, no sé a qué coño esperamos.
-Aguardad... ¿no creéis que si de verdad pudiera acabar con nosotros sin pestañear, lo habría hecho ya?
-Sí... sí, tienes razón.
-"Esto no marcha" -se lamentó  Filion-. "Necesitan más tiempo..."
Confiaba en Sartash. Lo había hecho durante toda su vida, desde que salió con él de Isdar. Sólo tenía que distraerles un poco más. A él siempre se le ocurría qué hacer en los peores momentos. Y aunque no fuera así... querría confiar en el clérigo.
Érica le había preguntado muchas veces por qué seguía soportándole. Después de todo, el anciano jamás le había dado una muestra de gratitud. Nunca le había llamado amigo, ni tampoco era más amable con él que con el resto.

-Tienes que darte cuenta de lo que esconde cada gesto -le respondió una vez- No importa lo que él haga o diga, sé lo que piensa.
-Sólo es un amargado orgulloso.
-Por eso mismo. No importa lo que él piense en realidad, no te lo mostrará si no le conviene. Sé lo que es estar solo...
-Tu caso es distinto. Tu eras huérfano, él...
-Él tiene su propia infancia traumática. Y reaccionó construyéndose un muro a su alrededor. Está amargado por algo que ocurrió hace tiempo, y que no me ha querido contar. Y también, por lo de su pierna. Pero estoy seguro de que si me fuera, me echaría de menos en el fondo. Y a ti también.
-¿Estás de broma? Fil, por más que te empeñes en pensar lo contrario, Sartash sólo es un hombre cansado, hosco y triste. Y un grandísimo imbécil sin sentimientos. Yo le doy igual, y tú... también.


No, el tharen no podía estar de acuerdo con su amiga. Pero en el fondo, una parte de él siempre se mantendría en la duda. ¿Y si ella tenía razón, y el único motivo por el que no había reaccionado al verle desmontar era que le daba igual? ¿Iba a morir por alguien que en verdad no lo apreciaba?

-"No" -se dijo-. "Él no es así. En el fondo, es como cualquier persona. Y aunque me equivocara, no hago esto solo por él. También por Érica. Y por mí."
-Contesta a esto, avatar. -le imperó uno de los jinetes-, ¿Cuál es tu poder?
-El del fuego -mintió Fil.
-¿Y quiénes son las otras personas?
-A eso no voy a contestar.
-¿Y si llegáramos a un trato?
-¿Qué clase de trato me ofreces tú en nombre de tu rey?
-Sus nombres, a cambio de una muerte digna.
-Sus nombres son Elderon, Galadar, Aeda y...
El tharen vaciló. También estaba Demian... El herrero le había demostrado ser una persona noble y valiente en Akneth. ¿Pero por qué no estaba allí, entonces? ¿Por qué habría huido? Y... ¿no sería mejor que él mismo le imitase?
-...y Erador.
-Y una mierda -sonrió el jinete- Esos son palabras en el idioma de Isdar, no pueden ser el nombre de nadie que haya nacido fuera del bosque.
-Tú también mientes. Es imposible verle dignidad a todo esto.
-Si seguimos perdiendo el tiempo, los otros dos se escaparán -interrumpió uno.
-Pues venga, venid a por mí -Filion trató de parecer seguro pero, aún así, sus rodillas temblaban con nerviosismo- ¿Quién quiere morir primero?
-Se acabó -pronunció uno de los jinetes, mientras descabalgaba. Se trataba del mismo que antes había mencionado a su abuelo, y también el que había preguntado por sus amigos- Yo lucharé con él, a solas. Si muero a espada, nos miente. Él no sería el avatar; bastaría con que quedarais tres aquí para encargaros mientras los demás perseguís a los que huyen. Si muero por el fuego, lanzaos contra él a la vez. Y si no muero... pues no hay más que hablar.
Sus compañeros parecieron estar de acuerdo. Sin perder tiempo, los caballos retrocedieron a una distancia prudencial, rodeando a los combatientes.
Fil le examinó con la mirada durante un instante. También temblaba. Su rostro era imponente, de rasgos duros y expresión severa. Llevaba una barba descuidada, de color castaño, como sus cabellos. Tenía la nariz ancha y las cejas pobladas. Fruncía el ceño, como si pretendiera vencerle con la mirada y no con el acero. Pero en sus ojos brillaba la inquietud y el miedo del que sabe que va a morir. Y el mismo brillo se reflejaba ahora en la cara del tharen.
El soldado se lanzó contra él, espada en mano. Filion había previsto su movimiento con anterioridad, de modo que no le costó interponer su arma en la trayectoria de la de su rival. Sus reflejos eran mucho mejores, en parte gracias a su privilegiada vista, don de los que habitan Isdar. Pero la fuerza de su oponente era mayor; no en vano, su altura le sobrepasaba en una cabeza, y la anchura de sus hombros casi bastaba para abarcar a dos hombres de tamaño medio. Aquel luchaba con fiereza, y sin duda tenía mayor experiencia en el manejo de las armas. El tharen retrocedió un par de pasos, resistiendo a duras penas la embestida. Y de no haber utilizado también su segunda espada para parar el golpe, a buen seguro hubiese caído al suelo.
El segundo ataque no se hizo esperar. Ni el tercero, ni el cuarto. Fil los detuvo todos con acierto, pero empezaba a perder terreno. De seguir así, se cansaría demasiado rápido.
Tenía que ganar tiempo como fuera.
Entonces fue él quien tomó la iniciativa. Una de sus armas se dirigió hacia el cuello del soldado, mientras la otra apuntaba al tronco. Su rival reaccionó con rapidez, deteniendo ambas hojas con la suya. El sonido del metal chocando repicaba con fuerza en la verde llanura.
El soldado se detuvo a unos dos metros, jadeante. El tharen también paró para recuperar el aliento. Llevaban luchando unos minutos sin que ninguno pareciera imponerse.
-Esta claro que no es el avatar -saltó uno de los jinetes que contemplaban la lucha- Ya te habría vencido con el fuego.
-Sí, es mejor que pares -dijo otro- No pongas en riesgo tu vida, idiota.
-Si no es un avatar -contestó el guerrero, jadeante- Merece morir con dignidad. Yo se lo daré, partid si queréis.
-Claro, y si te vence, que se vaya tan tranquilo. Si lo que quieres es luchar solo, adelante. Pero no nos moveremos hasta que haya un cadáver  tumbado sobre la hierba.
El soldado rugió, lanzándose de nuevo hacia Filion. Y como en la ocasión anterior, el golpe resultó fallido. Los aceros de ambos se cruzaron otra vez, con furia, rompiendo el silencio. Y otra vez más, y una tercera.
Hasta que Fil sintió que no podía más. El choque fue tan potente que su espada salió volando, a poca distancia de uno de los caballos, que se incorporó sobre sus patas traseras, relinchando asustado.
Un arma no era suficiente para repeler a su rival por más tiempo. Ambos lo sabían. El soldado cogió aire por última vez, apuntó con su arma hacia el estómago del tharen y embistió.
El metal atravesó su cuerpo. La sangre no tardó en brotar, tiñendo sus ropas y el suelo que pisaban. Fil logró articular con dificultad un chillido, apenas audible. Después sonrió. Pronto dejaría de doler.
-Dime... -murmuró- ¿Qué hizo tu abuelo? ¿Por qué le mataron?
El soldado sonrió con amargura, sin soltar la espada que aún permanecía clavada en sus entrañas. Los labios le temblaron por un instante, como si dudara lo que estaba a punto de decir.
-Mi abuelo luchó del lado de los avatares por mi abuela. Dominaba el fuego. Ella... logró escapar junto a unos pocos, no se a dónde. Él no tuvo tanta suerte. Y cuando le atraparon, le mandaron a la horca, por haber participado en las revueltas callejeras.
-Pues eso -pronunció, con dificultad- es más de lo que he hecho yo.
El soldado le miró a los ojos. Al principio con desdén. Luego con sorpresa y terror a partes iguales. No había visto venir la mano izquierda del tharen, que dirigía la espada justo hacia su nuca. La cabeza impactó contra el suelo con un golpe seco, para después rodar unos centímetros más antes de detenerse.
-¡Maldito bastardo! -gritó uno de los jinetes- ¡Lo has matado a traición!
-Júrame... ante los dioses... que no harás tú lo mismo con mis amigos -contestó Filion-. Entonces tendrás derecho a lanzar todos los insultos que quieras hacia mí y mi linaje, mientras pueda yo oír... oír...
Jadeó, dolorido, sin poder acabar la última palabra, y después se derrumbó hacia delante, empujado por el cuerpo decapitado del que hasta hacía poco era su oponente. El cadáver parecía resistirse a soltar el mango de su espada, que se hundió aún más en el cuerpo del tharen. La sangre lo salpicaba todo, tanto la suya como la del cuerpo que descansaba bajo él. Estaba acabado.
-Vámonos -sugirió otro-. Si tardamos mucho más tiempo, el sacrificio de un soldado de la Compañía Azul habrá sido en vano. Ellos escaparán.
-¿Y qué pasa con éste? ¿Le remato?
-No -sonrió-, déjale ahí. Esa herida no va a curarse, al contrario. Irá a peor. Se quedará ahí ensartado, hasta que empiece a vomitar sangre. Quizá algún buitre de los que habitan las montañas le vea, y comience a devorarlo mientras vive. Sigamos el rastro de esos dos que han escapado, rápido.
En cuestión de segundos, la llanura quedó sumida en un silencio casi total. Ya apenas se podían oír los cascos de los caballos golpeando contra el suelo. Estaba solo.
Filion apoyó las manos en el cuerpo sin vida que yacía soportando su peso y estiró los brazos con todas sus fuerzas. El filo de la espada aún le arañaba por dentro, quemándole. Sin embargo, aquel intento por liberarse fracasó, y cayó de nuevo.
Un débil hilo de sangre resbalaba por la comisura de sus labios, confundiéndose con la que ya manchaba su cara, gran parte de la cual no le pertenecía en origen.
Hizo un esfuerzo más. Los codos le temblaban de pura debilidad, su respiración se hacía más irregular y su vista perdía precisión. Gritó. Una mezcla de dolor y triunfo, al verse libre por fin cuando logró extraerse el arma. Las manos del soldado muerto aún la aferraban con una determinación antinatural. Se habían quedado rígidas por completo.
El tharen trató de arrastrarse sobre la hierba, hacia las montañas. No podía levantarse, pero si forzaba su cuerpo quizá el sufrimiento tardara menos en desaparecer. Quizá....
Pronto no pudo más. Con sus últimas energías, se dio la vuelta para quedar al fin tendido boca arriba, mirando al cielo. No había ni una nube...
-Qué difícil es pensar en algo concreto antes de morir -pronunció, o más bien, quiso pronunciar. La mitad de esas palabras no llegaron a salir de su boca. Se acercaba el final-. Diosa, por favor, haz que el viaje sea corto.
Su cuerpo comenzó a temblar de forma involuntaria. Hacía frío, pero el dolor comenzaba a desaparecer. Estaba perdiendo la sensibilidad. Filion suspiró. No se arrepentía de nada que hubiese hecho. Se iba, pero lo hacía sonriendo, con el inmenso orgullo de haberlo dado todo por los suyos, aunque teñido de la incertidumbre de no saber si su sacrificio había sido en vano. Quizá se encontraría pronto con ellos en el otro mundo.
Poco a poco, cerró los ojos.
El dolor había desaparecido.

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Psyro

Deidri



Ya era tarde para volver atrás. Deidri lo sabía, y por eso no pudo evitar que afloraran las lágrimas.
Tenía miedo. Sus amigos estaban rodeados, y mientras ella corría para ponerse a salvo. Sintió asco de sí misma. Pero cuando vio el grupo de diez jinetes siguiéndola, lo supo.
Ya era tarde para volver atrás.
La cabalgada apenas duró media hora. Y podría haber sido aún más corta, si sus perseguidores hubieran querido. Iban rápido, sí, pero no tanto como la primera vez que atacaron, cuando los viajeros estaban unidos.
Sabían que se dirigía a las montañas, y que no tenía escapatoria. Sólo jugaban con ella. A pesar de todo, siguió corriendo sin descanso, incluso cuando las primeras cumbres se encontraron ante ella. Lo que no esperaba ver era un precipicio.
Allí, entre las montañas, se extendía una enorme grieta. Casi parecía antinatural, como si la franja hubiese sido excavada. Pero nadie podría haber hecho algo así en una sola vida.
Y sin embargo, ahí estaba, cortándole el paso. Deidri detuvo a su caballo apenas unos centímetros antes del final del suelo. Procurando mantener la calma, desmontó. Sus perseguidores hicieron lo mismo.
-¿Por qué? -Preguntó la muchacha, sollozando - ¿Por qué nos habéis atacado?
-Un monstruo camina con vosotros -contestó uno de los jinetes. -Tenemos órdenes de acabar con él, sea quien sea.
-¿No serás tú el demonio, verdad jovencita? -dijo otro
-No -replicó-. No soy ningún monstruo.
Las lágrimas cesaron. Quizá, porque Deidri había tomado conciencia de que tendría que luchar por su vida. Quizá porque su cuerpo las había evaporado.
Con los brazos  envueltos en llamas, la joven atacó. Una bola de fuego salió silbando de su mano izquierda, impactando en uno de los soldados. El golpe no le mató en el acto, pero las quemaduras que se apreciaban en su piel no dejaban lugar a duda. Estaba condenado. No tardó en caer al suelo entre aullidos agónicos. Sólo entonces, Deidri se dio cuenta de lo que acababa de hacer. Jamás se creyó capaz de herir a nadie de ese modo, y sin embargo...
-¡Es ella!
La joven no sabía quien profirió el grito. No importaba. Bajo los jinetes se levantó un muro ardiente que acabó con otros tres. Su férrea determinación a la hora de atacar la asustó incluso a ella misma, aunque las circunstancias no dejaban espacio para lamentos ni diplomacia.
-¡Monstruo!
Deidri jamás había matado. Jamás había hecho un muro tan potente como para derretir la carne de su víctima. Pero en ese momento no pudo sentirse horrorizada por lo que acababa de hacer.
Los seis supervivientes se mantuvieron a una distancia prudencial, sin atreverse a avanzar.
De repente uno se abalanzó hacia ella, esgrimiendo su espada con fuerza. La muchacha echó la cabeza hacia atrás, gritando y apretó los puños. Pudo ver el cielo durante un momento, entre las montañas... hasta que una esfera de llamas la rodeó por completo. Todo era fuego, incluso el soldado que había cometido el error de romper las distancias.
Entonces notó que algo iba mal. La temperatura de su cuerpo estaba bajando, y la cúpula se debilitó.
-No pude seguir el ritmo –apuntó uno-. Se le nota en la cara.
-Será un monstruo... pero es uno pequeño.
Había llegado al límite, y sus enemigos lo sabían.
Haciendo acopio de toda su fuerza, Deidri levantó un segundo muro.
Cuando las llamas se extinguieron, aún quedaban tres jinetes en pie, La muchacha cayó al suelo, agotada. Y se preparó para morir.
-¡Eh, mirad! -sonrió uno-, ¡La muy hijaputa se ha quedado dormida!
-Vamos Grez, clávale tu espada de una vez y vamos a ver si ya han terminado con el resto.
-Espera, espeeera. Esta muchachita se ha cargao a seis de nuestros compañeros
-Siete -le corrigió uno de los caballeros.
-A ver, diez menos tres... eh, tienes razón. Peor para ella.
Deidri sintió la mirada del jinete recorriéndola por completo, y se estremeció. La cúpula de fuego había chamuscado un poco su ropa, dejando al descubierto buena parte de su piel en piernas, hombros y vientre. Y el tal Grez parecía haber reparado en ello.
-¿Cuántos años tendrá? ¿Quince? ¿Diecisiete?
-Quince, diría yo -contestó otro solado, adivinando sus intenciones-. Sin duda ya es una mujercita.
El jinete se acercó más a ella, con una extraña sonrisa. Cuando la agarró del brazo, una pequeña chispa surcó el aire.
-¡Eh, mirad! -Rió-. ¿Creéis que si sigo saldrán más? ¡Puede ser un espectáculo!
Grez se colocó sobre ella, sujetándola del pelo con fuerza. Mientras, su otra mano la acarició el cuello, para ir descendiendo hacia la cadera. Deidri ahogó un grito cuando el guardia se arrojó sobre ella, embistiéndola.
Tardó unos segundos en darse cuenta de que estaba muerto.
Ni siquiera tenía fuerzas para desembarazarse del cuerpo, pero alguien lo hizo por ella. De una patada, lo que quedaba de Grez cayó por el acantilado, como un muñeco.
Una figura se alzaba entre la muchacha y los dos soldados supervivientes, pero Deidri no logró distinguirle con claridad. Su vista estaba nublada.
El extraño comenzó a defenderse de los ataques que sus rivales efectuaban a la vez. Por suerte, contaba con dos espadas.
-F-f... Fil -murmuró la exhausta muchacha-. Fil, sálvame.

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Psyro

Demian



Durante unos instantes eternos, no oyó más que el sonido del metal al chocar. Después, cuando descubrió la débil voz de Deidri, recordó por qué estaba allí. Y sintió odio, porque no era la primera vez que trataban de arrebatarle a un ser querido de esa forma.
Pero esta vez estaba preparado.
Demian no sabía cómo lograrían escapar Érica y los demás. Pero sí era consciente de que Deidri no podía luchar contra diez jinetes ella sola, y por eso los había seguido. Apenas había meditado la acción, pero ya no había tiempo de arrepentirse. Confiando en que los demás saldrían adelante, siguió luchando.
Era bastante hábil con la espada, sobre todo para tratarse de un humilde herrero de diecisiete años, pero estaba solo. Tenía que esforzarse tanto en evitar que le hirieran que sus fuerzas se agotaban mucho más rápido que las de sus oponentes. Y cada vez le costaba más trabajo detener los golpes. Uno de ellos resultó tan brutal que lo obligó a retroceder en una maniobra demasiado arriesgada. Si volvía a ocurrir, caería por el precipicio. Y si no lo había hecho ya era gracias al segundo arma que portaba, obtenida del cadáver de uno de los soldados.
El siguiente ataque no lo bloqueó, sino que trató de esquivarlo arrojándose al suelo. Luego se desplazó a un lado con un movimiento rápido y hundió su espada en la pierna de uno de los jinetes, que cayó de rodillas entre gritos de dolor.
Pero aquel pequeño desliz no duró mucho tiempo. Pronto, el herrero tuvo encima a sus dos rivales como si nada hubiera pasado. Y cada vez era más difícil parar los golpes.
No pudo evitar pensar en su madre. Al menos, en lo poco que recordaba de ella. Se la habían llevado cuando él no tenía más que seis años. Pasaron meses hasta que entendió que no iba a volver. Y aún años después de lo ocurrido no podía evitar evocar su rostro cada vez que la nieve llamaba a su puerta en invierno, cuando se refugiaba del frío entre sus mantas. Entonces venía a su mente el recuerdo de sus manos de escarcha, de cómo jugaban a hacer pequeños hombres de hielo en pleno verano. El recuerdo de su olor. Y el de su voz. Sobre todo, el de su voz. Ella le cantaba sobre tierras lejanas. Canciones de caballeros que vencían cualquier obstáculo con su honor y coraje, de damas que esperaban a ser salvadas y de monstruos horribles.
Allí los monstruos eran más humanos que horribles, el caballero era un herrero humilde y la dama en apuros le había salvado a él la vida. Nada sonaba igual que en boca de su madre, al menos en apariencia. Porque si de algo estaba seguro era de que iba a tener que imponerse a base de coraje y honor. Valiéndose sólo de su espada, por bueno que fuese manejándola, no iba a lograr la victoria tal y como estaban las cosas. Estaba en desventaja numérica, y ya no contaba con el factor sorpresa. Se preguntó cómo había aguantado tanto sin que le hirieran.
El primer corte certero no tardó mucho más en llegar. El acero de uno de sus rivales, el que no tenía la pierna herida, penetró en su estómago. Un débil hilo de sangre resbaló por la comisura de sus labios, salpicando el suelo. Aún conservando el arma hundida en su cuerpo, Demian se abalanzó contra su agresor. Con un corte limpio, la cabeza del jinete se separó de sus hombros.
El herrero cayó de espaldas, agotado. Con cuidado, trató de sacarse la espada. La herida comenzó a sangrar en abundancia.
Mientras, su último rival se acercaba hacia él, dispuesto a darle el golpe de gracia. Y lo hubiera conseguido, de no ser por la cojera que arrastraba. Demian tuvo el tiempo justo para interponer su propio acero entre ambos. Después intentó desembarazarse de su atacante propinándole una patada en el pecho. Aunque no lo logró en primera instancia, cuando descargó un segundo golpe sobre la herida de la pierna si tuvo éxito.
Los dos se encontraban ahora en el suelo, exhaustos. El jinete le miraba con atención. Examinaba cada gesto suyo, quizá procurando que no le cogiera por sorpresa. Demian sintió un escalofrío cuando sus ojos se encontraron. No fue sino entonces cuando reparó en lo lejos que acababa de llegar. Estaba luchando contra un soldado, alguien que a buen seguro ya debía de haberse cobrado más de una víctima. El herrero no había matado a nadie antes.
-"No he tenido más remedio" -se dijo-. "No he tenido más remedio. Fue su culpa. Mi deber es protegerla..."
Pero por mucho que se repitiera aquellas palabras, supo que jamás olvidaría lo que acababa de hacer. Esa era otra parte que su madre había omitido en sus canciones. No la culpó por ello, y tampoco se arrepintió de seguir adelante. Llevaba años entrenando con su espada. Aprendió a utilizarla casi a la vez que su padre le enseñó el oficio de la forja. Sólo que en sus clases de esgrima no había maestro alguno.
Y tampoco adversario, salvo algún muchacho de la ciudad. Claro que en ese caso utilizaban armas de madera. Y no era lo mismo. No podía comparar la sensación que le cruzaba de principio a fin cuando sostenía su espada con una pelea de mentira en la que su oponente sujetaba un palito. Casi prefería derribar enemigos invisibles. Trazar movimientos letales en el aire. O, mientras tuviera la posibilidad, ver un duelo de verdad. A veces se organizaban torneos en Akneth, de los cuales no se había perdido ninguno. Necesitaba observar para aprender. Y necesitaba aprender para estar preparado.
El duelo de miradas aún se prolongó unos segundos, mientras Demian calculaba su siguiente acción. El soldado estaba haciendo lo mismo, lo sabía. Miró hacia su espada, antes de detenerse de nuevo en los ojos del muchacho. Y luego, desvió la vista hacia la otra persona que se encontraba allí con vida. ¿Por qué se fijaba en Deidri?
-No te atreverás -rugió Demian, comprendiendo.
El guerrero se levantó de improviso para abalanzarse sobre la joven, pero Demian fue más rápido y le interceptó. Ambos cayeron de nuevo y trataron de combatir con los puños, ante la imposibilidad de usar la espada a tan escasa distancia. Ninguno se dio cuenta de que se encontraban demasiado cerca del borde hasta que fue demasiado tarde.
El soldado fue el primero en caer. Tratando a la desesperada de agarrarse a algo, cerró el puño en torno al tobillo de Demian. El joven sólo pudo observar como el peso de su enemigo lo arrastraba hacia una muerte segura
Ya se daba por perdido cuando notó cómo una mano sostenía su brazo, evitando el fatal desenlace por el momento. Una mano temblorosa y menuda, que estaba sacando fuerzas de donde no las había.
-Demian -murmuró Deidri con dificultad-, aguanta un poco más...
La muchacha dejó escapar un grito de dolor. No era capaz de arrastrarles a los dos. Mientras, el herrero luchaba por librarse de aquella carga que con tanto ahínco se sujetaba a su pierna. El soldado parecía ignorar las patadas que el joven le propinaba con su pierna libre, pero Deidri no. Aquel balanceo comenzaba a tirar de ella hacia el fondo. Y si continuaba, caerían los tres.
Demian era consciente de ello, de modo que trató de no moverse. Sujetando aún su espada, dirigió varias estocadas hacia abajo. Por fin, logró hundir su acero en la frente del jinete, que cayó sin remedio por la enorme grieta.
-¡Sí! -exclamó de puro júbilo.
Miró hacia arriba. Deidri no compartía el entusiasmo del herrero. Más bien al contrario. Pese a haberse librado del soldado, no era capaz de tirar de él hacia arriba.
-Un esfuerzo más... -murmuró ella.
Sus manos empezaban a separarse. Demian trató de ascender por su brazo, pero tuvo que parar de inmediato. La muchacha había quedado tan cerca del borde a causa de aquella última maniobra que casi podía ver su cara con total nitidez. Estaba pálida, llena de arañazos y empapada en sudor y lágrimas. Entonces supo lo que iba a ocurrir.
Recordó la voz de su madre. Sus canciones. Tendría que tirar de honor y coraje.
-Dei, lo siento.
-¿Qué...? -masculló con un hilo de voz.
-No puedes... hacer nada por sacarme de aquí. Por eso lo siento.
-No digas tonterías, te... te voy a sacar... te...
-Dei, suéltame. Te estas acercando al borde demasiado. Vas a caer también...
-¡No! Sólo tienes que aguantar...
Los ojos se le humedecieron. Por última vez, su mente viajó a una época en que todas sus preocupaciones se reducían a procurar que un pequeño ejército de muñecos de hielo en miniatura resistiera sin derretirse el trayecto del comedor a la forja para enseñárselos a su padre. Cayó en la cuenta de que no volvería a verle. Al menos estaba seguro de que no le olvidaría en la morada de Nerbal, igual que no había olvidado jamás a su madre
La idea le hizo feliz. Además, la muchacha estaba a salvo, después de todo. Se lo debía. Ella le había salvado.
-Lo siento -se despidió.
Honor y coraje. Demian colocó el filo de su espada frente a su cuello. Y ante la aterrada mirada de su compañera, el acero se hundió en la carne.

Durante unos minutos, Deidri siguió resistiéndose a dejar caer el cuerpo del herrero. Cuando ya no aguantó más, sus dedos se aflojaron y el cadáver de su amigo se perdió en las profundidades de aquel enorme vacío.
Y junto a él, el llanto de la muchacha.

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Liga ociosa de supervillanos matagatitos.

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Psyro

Sartash



Los caballos empezaban a no dar más de sí. Aquellas no eran monturas habituadas a las carreras largas, y Sartash lo sabía. Igual que sabía también que sólo en un lugar tenían alguna oportunidad de esconderse.
Daba igual cuánto pudiera haberlos distraído Fil. En aquellas enormes llanuras, no sería demasiado difícil encontrarles. Sólo había un lugar  de mínima importancia en la dirección que todos los jinetes les habían visto tomar.
Pero con todo, el bosque de Akneth era su única esperanza.
El trayecto a caballo se hizo mucho más corto, sobre todo porque no había necesidad de parar en ninguna ciudad intermedia para descansar. Apenas fue una hora de cabalgada, pero al clérigo se le antojó larga y tediosa. Sobre todo, cuando el sonido de unas cuarenta pezuñas empezó a retumbar en la planicie a sus espaldas.
Al aparecer los primeros árboles, ya los tenían encima. Nueve jinetes que corrían hacia los dos compañeros con el único objetivo de matarlos, uno menos de los que se habían quedado atrás con el tharen.
-Orejas picudas... -se lamentó- Al menos te llevaste a uno de esos bastardos contigo.
Desde el momento mismo en que vio que el tharen bajaba del caballo, sabía que ya estaba muerto. Pero por alguna extraña razón, no había reparado en lo que ello suponía hasta que sus perseguidores aparecieron. Que no volvería a ver a su amigo nunca más.
El clérigo descabalgó. Su montura no iba a internarse en el bosque, eso ya lo habían experimentado no hacía mucho. Aquellos árboles guardaban algo, algo antiguo. Y se dice que quien ha atravesado Akneth una vez, no vuelve a hacerlo. Por eso confiaba en su plan.
Tenían unos minutos para correr entre la vegetación y ocultarse. Justo el tiempo que tardarían los jinetes en darse cuenta de que sus caballos no les obedecerían en aquel lugar.
-¡Érica, rápido!
La joven obedeció sin rechistar. Los dos se movieron tan rápido como les fue posible. Por desgracia, esa velocidad no era suficiente. Sartash había olvidado que su compañera estaba herida de gravedad. Y  también que él era un tullido.
Se ocultaron tras un viejo tronco hueco, y esperaron. Esperaron durante más de quince minutos.
-"Tenemos que quedarnos aquí" -pensó el clérigo, tratando de ordenar sus ideas. Se sentía impotente, como si sólo pudieran aguardar al inevitable desenlace-. "Estarán buscándonos".
Algo crujió entre la maleza, interrumpiendo sus pensamientos. Ninguno de los dos podía ver de qué se trataba, aunque no cabía duda de que era bastante grande. Entonces, el animal salió de los arbustos. Era un enorme lobo gris. Parecía un ejemplar anciano, y tenía una pata dañada, pero era lo bastante peligroso como para meterles en problemas.
Érica sujetó su espada con fuerza. La bestia les observaba, clavando en ellos dos ojos que eran rojos como el fuego. Entonces gruñó, dejando al descubierto todos sus dientes, y se lanzó hacia ellos.
La joven se levantó en el acto e interpuso su espada. Pero el lobo cayó sobre ella con todo su peso, arrojándola al suelo. El forcejeo no duró mucho.
Sartash estaba paralizado. El animal se encontraba sobre su compañera, y había descargado sus zarpas contra su cuello. Érica no se movía.
Además, el ruido no podía haber pasado inadvertido para nadie en los alrededores. No tardaron en aparecer cuatro de los soldados, que contemplaban la escena a cierta distancia.
-¡Mirad! -Dijo uno-. Los dioses nos han mandado un nuevo amigo, suave y blandito.
-Vaya, igual nos hace el trabajo sucio –se pavoneó otro. Sin embargo, dio un paso atrás al sentirse demasiado cerca de la bestia.
Entonces, el lobo se fijó en Sartash. El clérigo se encontraba encogido en el suelo, con el bastón como único medio de protegerse. Era sin duda una presa fácil, mucho más que los jinetes.
-¡Acaba con él, chico!
El animal se lanzó contra el anciano, con la boca abierta de par en par. Sartash cerró los ojos y esperó a que llegara el final. Pero el final no llegó.
El lobo se encontraba suspendido en el aire. Algo, o más bien alguien, había caído de los árboles, y sujetaba con su mano el cuello de la enorme bestia, que luchaba por liberarse.
El desconocido no movió ni un músculo más. En cuestión de segundos, el lobo empezó a perder el cabello. Su piel se volvió negra, y su carne quedó reducida a un montón de cenizas.
-¿Estás bien? -preguntó, con gentileza. Sartash hubiera jurado que sonreía, pero era difícil de saber. La única parte de su cuerpo que no iba tapada por completo eran unos extraños ojos de iris dorado.
Antes de que pudiera responder, uno de los soldados se arrojó contra el desconocido, espada en mano. No pudo esquivar el golpe, y el acero se clavó en su espalda hasta sobresalir por el pecho. Pero no pareció inmutarse. Con toda la tranquilidad del mundo, se dio la vuelta y extrajo el arma de su cuerpo, mientras la herida se cerraba sola bajo sus ropas.
-Marchaos. Ya.
Los soldados no necesitaron oírlo dos veces. Sin dudarlo, salieron corriendo.
-¡No! -Se lamentó Sartash-. Ellos...
-Ellos no serán una nueva víctima que añadir a mi lista. Lo siento, anciano.
-No... tienes razón. Dioses, Fil... ¡Érica!
El clérigo corrió hacia el cuerpo de la joven. Sin embargo, cuando apenas había dado dos pasos cayó al suelo. En algún momento durante los últimos minutos había soltado su bastón. Sin parecer darse cuenta, continuó su camino, casi arrastrándose.
La muchacha no se movía lo más mínimo, pero su pecho ascendía y descendía con debilidad, como si tratase de respirar a la desesperada.
-¡Érica! ¡Despierta, abre los ojos! ¡Vamos!
-Lo lamento –pronunció el extraño, empleando una voz monocorde. Casi parecía una frase lanzada por cortesía, en absoluto natural.
-La odio con toda mi alma. Pero...
-No te entiendo, anciano.
-Olvídalo...-suspiró-. Necesito un favor. Solo éste, y te dejaré tranquilo. Mátala. No va a sobrevivir, y... no me gustaría que sufriese.
-No. No puedo hacerlo.
-Esto no es un asesinato. Es un acto de compasión. Por... favor. Mátala. Lo haría yo, si pudiese.
El desconocido asintió y cerró los ojos, quizá para no enfrentarse a lo que iba a hacer. Luego extendió su mano hacia la muchacha. Sartash reparó en que llevaba un guante rasgado que dejaba al descubierto buena parte de la piel. ¿Pretendía matarla con un roce? ¿Era eso lo que le había sucedido al animal que ahora yacía convertido en polvo?
Si era eso lo que se propuso, lo cierto es que no llegó a tocarla. Un halo de luz blanquecina comenzó a envolver su brazo, iluminando el bosque. Cuando el fulgor llegó hasta Érica, la muchacha se encogió. La herida de su cara comenzó a desaparecer, igual que la del pecho.
El extraño se retiró de un salto. Aún había sangre en el cuerpo de la joven, pero no tenía ni un rasguño. Tampoco abrió los ojos, aunque ya respiraba con normalidad. Estaba a salvo.
-¡La madre que me...! -Exclamó Sartash, con los ojos abiertos como platos- ¿Quién eres tú?
-Mi nombre es Ailen. Y no sé quién se supone que soy.
El desconocido hundió la cara entre sus manos. Quizá quiso llorar, pero las lágrimas no brotaron en ningún momento.
-¿Ailen...? –Preguntó el anciano de inmediato, al reconocer la procedencia de ese nombre-. ¿Eres de Isdar?
Como única respuesta, Ailen  retiró su capucha. El clérigo contempló con asombro las orejas que caracterizaban a los habitantes del gran bosque. Y, cuando reparó en sus cabellos, la expresión del anciano se torció pasando a reflejar algo más cercano al miedo que a la sorpresa inicial. ¿Cómo iba a ser un tharen, si ninguno tenía el pelo negro?
"Me temo que hice la pregunta equivocada. No es quién, es qué"
El tharen se acercó hacia él y extendió su mano. Sartash trató de retroceder, alarmado, hasta que se dio cuenta de que la mano que le tendía era la que conservaba el guante en buen estado. Calmándose, le agarró del brazo y se incorporó. Después se acercó hacia Érica y trató de levantarla.
-Os ayudaré a salir de aquí -dijo Ailen-. Podrían estar siguiéndoos aún.
El clérigo asintió en silencio. Colocó el brazo de su compañera sobre sus propios hombros y comenzó a andar. Sólo cuando transcurrieron unos segundos, se dio cuenta de que no estaba utilizando su bastón.

Sorry but you are not allowed to view spoiler contents.

Liga ociosa de supervillanos matagatitos.

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Thylzos

Joer, no te puedo seguir el ritmo con mis tiempos xD.

A ver si este finde me pongo y la termino de leer para poder comentarte.

Gracias freyi *.*


Cita de: Gambit en 26 de Enero de 2010, 10:25
Follar cansa. Comprad una xbox 360, nunca le duele la cabeza, no discute, no hay que entenderla, la puedes compartir con tus amigos...

Khram Cuervo Errante

Me da la impresión de haberlo leído ya esto...

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Blood

No sé porque pero presentía que Ailen no iba a ser tan destructivo después de todo jeje. Nos hemos quedado sin dos personajes pero bueno aún hay esperanza jeje.

En contra del uso de corbatas xD